Policía

¿Qué hace un 'pallaso' de Lugo en Chiapas?

Quinta parte de la serie periodística “Poetas zapatistas”

El conferencista gallego en el sureste. ESPECIAL
El conferencista gallego en el sureste. ESPECIAL

El circo entendido, sobre todo vivido, como esa primera expresión nómada e internacionalista de las artes en la que bajo una misma cúpula danzan idiomas, aromas y colores distintos que atraviesan océanos, burlan inquisiciones, dictaduras y guerras: Una maquinaria de utopías cuya disciplina diaria consiste en demostrar que lo imposible puede ser posible y lo posible hacerse bello.

Y en medio del jaleo, artistas que ponen su latido al lado de pueblos que enfrentan con su vida al sistema global de terror. Ahí en esa red está el payaso como una especie de casco azul de la humanidad, de chamán de la risa, dice Iván Prado, conferenciante del Encuentro de Rebeldías y Resistencias del EZLN, quien lee un texto de nueve folios titulado: “Una introducción, siete diapositivas, un chingo de preguntas y un quizás”.

(Aunque en esta apretada relatoría, tan desafinada y errática, apenas consignaremos, brevemente, tantita introducción y la diapositiva de Gaza que muestra Prado. Idomeni, Matto Grosso, Tinduf, Ramala… pueden verse en www.ezln.org.mx, con otras intervenciones zapatistas y extranjeras).

-Por eso los muertos del circo, si los tenemos-acota Prado-, son de risa: nuestras tartas son nuestras armas, nuestra nariz roja es nuestro único escudo y, perdón, pero como vengo producido, tengo que sacar cosas. A ver si la encuentro…

El pallaso (sí, pallaso, porque así se escribe en Galicia, de donde viene Prado) saca una nariz roja del bolsillo y se la pone para continuar su conferencia, franqueado por el Capitán Marcos, el Subcomandante Moisés y demás conferenciantes, ante cientos de asistentes del Cideci-Universidad de la Tierra en San Cristóbal de las Casas.

-Como Pallasos en rebeldía trabajamos en diferentes lugares donde la humanidad se juega su futuro y, aunque estoy yo aquí hablando, en realidad - parafraseando a los miles que se alzaron un 1 de enero del 94 en Chiapas- somos un chingo de gente.

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Cuando me cursaron la asombrosa, inmerecida y generosa invitación a este foro, me dieron una consigna, como a todas las participantes: no citar a otras autoras. Bueno, pero nada indicaron sobre el origen de las fuentes. Y como yo soy del pueblo de Lugo, vamos a empezar por nuestra cultura popular, que básicamente se reduce a tres o cuatro frases. La primera es: Vamos a empezar por el principio, acabar por el final y luego paramos. Y este principio, también fundamentado en las raíces gallegas, es que lo que importa es lo importante.

La gente de Lugo es mucho de dar abrazos, de preguntas, y de comer pulpo. Como buen gallego, empezaré por preguntarme qué hago yo aquí. A los payasos nos encantan los locos, las locas y la locura. Y hace mucho tiempo que dejamos de preguntarnos cuál era la nueva locura que lanzaban desde estas tierras y directamente abrazarla. Esa misma locura que pareciera alumbrar el 1 de enero del 94, la misma que lanzó a La Montaña a surcar los mares, la misma que permite celebrar bodas hoy en la Franja de Gaza, bajo las bombas, entre tiendas de campaña levantadas con plásticos.

¿Qué hace entonces un payaso de Lugo sentado en una mesa internacional de pensamiento crítico tan importante, de la que tanto ha aprendido en otras ocasiones, incluido hoy?

Pues la verdad, sinceramente, así, de corazón a corazón, face to face, no tengo respuesta, más allá de que hoy es el día de los Santos Inocentes. Eso se me ocurrió esta mañana.

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Prado relata que su vida cambió el 31 de diciembre de 1995, cuando los zapatistas lo dejaron actuar en La Realidad. Su corazón se llenó de millones de risas infantiles; por el contrario, sus ojos le quedaron cristalinos tiempo después ante los testimonios que oyó cuando participó en la Primera Comisión Civil Internacional de Observación por los Derechos Humanos que documentó la estrategia contrainsurgente del gobierno de Ernesto Zedillo en Chiapas.

Prado agradece también haber conocido luego el México irredente e imbatible en la costura de rebeldía llamada “La marcha del color de la Tierra” de 2001 y, en especial, infinitamente, haber descubierto lo que es ser un pallaso en rebeldía en los municipios autónomos de la zona norte de Chiapas.

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La verdad es que lo que hemos aprendido en las comunidades zapatistas es que la resistencia es un arte en el que caben todas las artes. Y en Palestina también hemos aprendido que la risa es un arma de construcción masiva y que muchas veces es el mejor antídoto contra el miedo.

En Chiapas y Palestina, los dos territorios que han marcado mi vida y mi biografía, entendí que la alegría es un derecho, aunque no esté recogida en la Declaración Universal. Y además, que al sistema global de terror la risa le da miedo.

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La diapositiva palestina: Era el verano del 2002 y estábamos de caravana de payasos por allí en Palestina, en la segunda intifada. Nos dijeron: “No se os ocurra ir a la Franja de Gaza porque los bombardeos son cotidianos”. Lo último que tienes que hacer a un payaso es decirle que no haga algo, porque cuando le dices a un payaso que no haga algo, lo hacemos de cabeza.

Y así fue. Entramos, como en los chistes, tres payasos: Uno alto y delgado, sueco, Jons Pappila; un chileno bajito, con ojos ajaponesados, Mikio Tsunekawa; y un gordito gallego, el que les habla. Conseguimos pasar esa frontera de una manera extraordinaria, no sabemos ni cómo. Creo que los israelíes están más preocupados de mantener encerrada a la gente dentro que en evitar a unos payasos cargados de todo su armamento internacional: Malabares, narices rojas, pañuelos para hacer magia...

Voy seguir en versión resumida: Empezamos a actuar y aquello era extraordinario, porque al acabar las tres actuaciones -por cierto, bastante malas, por lo menos la mía-, yo necesitaba agarrar el micro como ahora y, con la ayuda de un traductor, explicarles por qué estábamos allí. Y al explicarles por qué estábamos allí, que estábamos en contra de la ocupación, que estamos a favor de su libertad, aquellas marabuntas, aquellos cientos y cientos de niñas y niños, se ponían en pie a bailar y a cantar cada vez que yo daba mi improvisado speech.

Tanto es así que en algún campo de refugiados, bueno, en varios, pero sobre todo en el de Líbano, me empezaron a mantear (y en aquella época pesaba aún más que ahora). Los niños me manteaban, haciéndome volar y luego, al acabar, pasaban dos cosas: la primera era que llegaba una persona, normalmente mujer, y nos contaba su historia y nos pedía que cuando volviésemos a nuestro país compartiéramos lo que habíamos vivido, nada más. No nos pedía que nos posicionáramos, solo que compartiésemos lo que habíamos visto, lo que habíamos vivido.

Y tú imagínate, después de una función, totalmente exaltados con los aplausos, las risas, el que te mantean, y tenías ese jarro de agua fría, de realidad, cayéndote por toda el alma. Se te ponía la piel de gallina en el alma. Cuando esto pasaba, entendíamos todo.

La otra cosa es que decidimos ir a actuar a un campo de refugiados en la frontera entre Cisjordania y Gaza. Cuando estábamos vistiéndonos en un cuartito de escobas de un patio de un colegio de la UNRWA, esa agencia terrorista que todo el mundo conoce, Israel empezó a bombardear. Bombardeaban con morteros que, según nos contaron después, es una bomba más o menos chiquita, pero que te revienta la vida, acaba con tu mona casa... Y claro, nosotras no habíamos descargado la aplicación de YouTube sobre qué hace un payaso cuando lo bombardean, no teníamos el manual. De hecho, no sabíamos si salir escondidos con los cubos de basura encima, si hacer un agujero en la tierra. No teníamos ni idea de nada.

Y hay una imagen que lo refiere muy bien, porque está grabado, y es que estábamos rompiendo el papel de periódico que teníamos para hacer confeti. ¡Nos habíamos acabado todo el confeti de Jerusalén y estábamos allí rompiendo el papel de periódico! Y se ve la imagen de los payasos absolutamente asustados. Iba a utilizar otra palabra más gruesa, pero creo que se está grabando esto que digo… cagados, no, lo que sigue.

Y entonces a mí se me ocurre abrir la puerta para ver qué hostias hacemos, porque literalmente no teníamos ni idea. Abro la puerta y había, no sé, 200 o 300 criaturas en pie, aplaudiendo y cantando porque querían su función de payasos, malos y aburridos, pero la querían porque querían sentirse niños y niñas de cualquier parte del mundo, aunque fuera unos minutos. A las bombas y la guerra ya la conocían de sobra en su cotidianidad, pero lo extraordinario eran aquellos tres personajes feísimos y distintos que habían llegado a su colegio. Ahí entendí que la risa es el mejor alimento para la esperanza, que la alegría es el mejor antídoto contra el miedo, que sin alegría y sin risa era imposible tejer, construir y soñar ese nuevo mundo del que tanto se hablaba en estas tierras de Chiapas en las que nacimos como pallasos en rebeldía.

(CONTINUARÁ…)


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Diego Enrique Osorno
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