¿Y si la Declaración Universal de 1948 acabara en la vitrina de curiosidades, justo al lado de los diplomas de la eugenesia?
La masacre sostenida en Gaza no es un descuido del sistema jurídico global; es su nueva matriz operativa. Allí, la humanidad estrena una “carta” diferente: el derecho a matar con legitimidad de Estado.
El final de la ficción de las garantías. Durante décadas creímos en una dramaturgia llamada Estado de derecho: podíamos anticipar sanciones si cruzábamos ciertas líneas. En Gaza, las líneas se han borrado. La Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) cifra en 58 mil los palestinos muertos hasta junio 2025, el 70 % mujeres y niños. Sin consecuencias reales para los autores, la ley demuestra que ya no es póliza de vida sino licencia de deceso.
Cuando Rita Segato, durante su visita actual a México, dice “no quiero pertenecer a esta especie siniestra, genocida”, identifica un fenómeno: la especie se ha habituado a ver crímenes en tiempo real sin quebrar su rutina. Los tanques avanzan y los mercados abren, los foros diplomáticos emiten comunicados que caducan antes de publicarse. Gaza prueba que el futuro de la guerra es la retransmisión didáctica de la impunidad.
Occidente justifica la matanza con un relato de “seguridad innegociable” que absorbe incluso las resoluciones de la Corte Internacional de Justicia (enero 2024) —acatadas de palabra, ignoradas de hecho. El peligro no es sólo ético; es pedagógico. Otros Estados aprenden que basta con declararse excepcional para convertir cualquier población en objetivo militar permanente.
Si Gaza es el telón que cae, lo que se revela no es un vacío legal, sino una maquinaria jurídica afinada para la necropolítica.
Hay una decisión ética que tomar, ¿la última? Nos corresponde decidir si habitaremos esa “exhumanidad” —una comunidad cimentada en la muerte legalizada— o si reescribiremos, desde las ruinas, un acuerdo cuyo poder recupere el sentido elemental de proteger la vida.
En el escenario actual, es viable declararse exhumano como rechazo a lo que hoy comparto con el resto de mi especie: la barbarie que veo en la pantalla que sostengo en mi mano.