La pandemia fue un cambio de vida para todas y todos.
Cambiaron las formas de hacer las cosas, desde lo más íntimo como la higiene, hasta lo público y laboral; cambió la forma de convivir y sobre todo de enseñar.
Recién celebrado el Día del Maestro (que, por cierto, ya viene siendo hora de cambiarlo a Día de la Docencia), debemos preocuparnos por sus condiciones laborales, si bien ya antes precarias, menospreciadas y en su mayoría mal pagadas, la pandemia triplicó sus jornadas laborales y un “felicidades” y “gracias por cambiar al mundo” no vienen siendo suficientes.
Las y los docentes tuvieron que rediseñar su manera de enseñar y conectar con cada estudiante en lo individual para sembrar la esperanza y la alegría en la distancia.
Pero, aunado a los retos que conllevó la falta de acceso a tecnologías digitales en las familias, se vieron evidenciadas todas las carencias existentes en el sistema educativo y cómo las y los profesores se esfuerzan, desde su propio bolsillo y agenda, en compensar los huecos.
La mayoría de las personas solo nos toca ver el resultado del esfuerzo e ignoramos los procesos agotadores:
las madrugadas aprendiendo nuevas formas de enseñar y los días consumidos en conocer las herramientas tecnológicas.
Ignoramos todo el tiempo invertido en las escenografías y actividades para reconectar con sus estudiantes.
Ser docente en pandemia fue sinónimo de resiliencia, entereza y firmeza.
El espacio de trabajo se metió a los hogares e invadió vidas personales, se perdieron horarios y sobre todo se violentó el derecho a una vida personal apartada de lo laboral.
Pasaron de dar clases acompañadas de rostros e historias, a vivir diariamente “sesiones espiritistas”, donde no sabían si había alguien detrás de la pantalla escuchando o si el aprendizaje se había logrado.
Y ahora que las aulas vuelven, se activan retos nuevos, se busca otra vez la adaptación de métodos y pedagogía.
Una vez más, se encuentran ante un escenario diferente y la exigencia para las y los docentes vuelve a ser la resiliencia.
@incidefemme