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  • Erotismo místico y “épica inversa” de Alberto Ruy Sánchez

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El escritor mexicano Alberto Ruy Sánchez, autor de ‘Los jardines secretos de Mogador’. (Foto: Juan Carlos Bautista)

A partir de una minuciosa lectura de ‘Los jardines secretos de Mogador’, la autora de este ensayo observa que en esta novela existe una reinterpretación de la épica desde una mirada mística y erótica.

Desde sus orígenes, el relato épico ha celebrado hazañas exteriores: héroes que cruzan océanos, desafían a los dioses o vencen enemigos imposibles. Sin embargo, esta concepción tradicional se reconfigura cuando el impulso heroico se dirige hacia el interior, hacia una lucha silenciosa y transformadora. En este ensayo propongo el concepto de “épica inversa” (Mohssine, 2019) para designar una forma narrativa donde la verdadera odisea no es geográfica, sino existencial: un viaje hacia la autocomprensión, el deseo y la trascendencia espiritual. Esta categoría resulta especialmente fértil para analizar Los jardines secretos de Mogador (2001), novela de Alberto Ruy Sánchez que reinterpreta la épica desde una mirada mística y erótica.

En ella, el cuerpo, la memoria y la intimidad emergen como territorios heroicos. El narrador, convocado por Jassiba —una figura femenina enigmática—, debe crear cada noche un jardín distinto como ofrenda amorosa y simbólica. Este ritual desencadena un itinerario de autoconocimiento donde lenguaje, deseo e imaginación se convierten en herramientas de elevación interior. Más que relatar conquistas externas, la novela propone una travesía del alma, en la que el eros se vuelve forma de sabiduría y el placer, vía de lo sagrado.

A continuación, desarrollo esta lectura en tres ejes: primero, las raíces místicas que sustentan la épica inversa; luego, el deseo como umbral entre lo corporal y lo trascendente; y finalmente, la sexualidad femenina como fuerza simbólica que impulsa y redefine el relato.

El viaje interior como gesta

Para comprender cómo Los jardines secretos de Mogador reconfigura el paradigma épico desde una perspectiva interior y espiritual, es necesario delinear brevemente su premisa narrativa. La novela, parte de un ciclo literario inspirado en Essaouira (antiguamente Mogador) y en la tradición mística sufí, presenta a un narrador anónimo, profundamente enamorado de Jassiba —figura femenina sensual y espiritual—, convocado a un desafío simbólico: cada noche debe imaginar y describir un nuevo jardín para ella. Lejos de ser un mero juego erótico, esta práctica se transforma en un ejercicio simbólico y espiritual en el que el protagonista no solo busca alcanzar a Jassiba, sino que se somete a un proceso de introspección y transfiguración. Al cumplir con el ritual de imaginar jardines —sensuales, alegóricos, oníricos— el narrador se adentra en un recorrido que articula deseo, lenguaje y conocimiento. Estos jardines, más que espacios físicos, funcionan como proyecciones del alma, el cuerpo, la memoria y el anhelo. La novela desplaza así el sentido del erotismo hacia un horizonte místico, donde el acto de nombrar se vuelve acceso a lo sagrado. Este enfoque entronca con la tradición sufí, para la cual el amor no es una pasión humana cualquiera, sino un camino hacia lo divino.

Esta dimensión introspectiva permite leer la novela como un paradigma de “épica inversa”, en la que el impulso heroico ya no se proyecta hacia la conquista externa sino hacia la transformación interior. Esta inversión se vincula a tradiciones místicas islámicas, en especial el sufismo, donde amor y deseo constituyen rutas legítimas hacia lo divino. La estructura fragmentaria y circular de la obra refuerza esta experiencia iniciática, pues cada jardín es también un umbral entre lo visible e invisible, lo corporal y lo trascendente.

Desde el siglo XI, pensadores sufíes como Ibn Hazm*, Ibn Arabi** han concebido el amor no como una simple emoción, sino como una vía de conocimiento trascendental. En Ṭawq al-Ḥamāmah (El collar de la paloma), Ibn Hazm describe el amor como un camino iniciático, donde cada deseo revela al amante y a lo amado. Ibn Arabi profundiza esta idea en Tarjumān al-Ashwāq (El intérprete de los deseos), donde el deseo erótico es en un ascenso místico y expresión de lo divino, una senda para alcanzar lo sagrado.

Esta tradición espiritual que fusiona lo erótico con lo metafísico encuentra reinterpretación contemporánea en Los jardines secretos de Mogador. El viaje es introspectivo. Mogador, que a primera vista parece un espacio exótico, se revela como metáfora del alma: ciudad de pasajes ocultos, accesibles solo a quien se atreve a explorarse en profundidad. Más allá del placer corporal, la sensualidad busca una conexión espiritual. Como afirma el narrador: “Cada noche escribo lo que veo, o lo que creo ver. No sé si me acerco a Jassiba, o si ella se aleja entre las palabras que invento para buscarla”.

El deseo como umbral entre lo corporal y lo trascendente

La noción de heroísmo en la “épica inversa” traslada el protagonismo de las gestas externas a las batallas internas, donde el desafío reside en explorar la propia psique. En Los jardines secretos de Mogador, el héroe abandona la armadura para adentrarse, con vulnerabilidad, en el territorio complejo del deseo, la memoria y la contradicción. Los obstáculos que enfrenta son emocionales y espirituales, atravesados por la incertidumbre, la pérdida y la entrega radical. Esta travesía íntima dialoga con la concepción sufí del safar, el viaje como revelación del ser. El imán al-Qushayrī sostiene que viajar implica confrontar “la verdadera naturaleza de los hombres”, y en la novela esta revelación sucede en el centro del deseo. Lo que se anhela e imagina se convierte en el espacio donde el sujeto se desvela y se transforma, despojándose de certezas para abrazar la mutabilidad del ser. El deseo no es una pulsión puramente carnal, sino una fuerza compleja que une cuerpo, lenguaje y espíritu. Se presenta como experiencia liminal, umbral entre lo visible y lo invisible, lo terreno y lo sagrado. Jassiba encarna esta dualidad: objeto de deseo y guía hacia un conocimiento superior, orientando al narrador hacia una profunda metamorfosis interna.

La tradición sufí, presente a lo largo de la novela, considera el amor como camino hacia lo divino y el deseo como prueba iniciática. Ibn Arabi e Ibn Hazm abren la posibilidad de un erotismo espiritual en el que la unión amorosa se convierte en ascenso metafísico. Esta influencia sostiene la lectura de la novela como una gesta mística donde el deseo se purifica y deviene lenguaje que apunta a lo inefable. El esfuerzo del narrador por crear jardines para Jassiba no es solo un ejercicio estético, sino una exigencia poética y espiritual. Cada jardín simboliza un acto de entrega y lucidez, donde la escritura se vuelve práctica erótica y sagrada: “Cada noche escribo lo que veo, o lo que creo ver. No sé si me acerco a Jassiba, o si ella se aleja entre las palabras que invento para buscarla”. Esta incertidumbre es constitutiva del viaje: el deseo no busca posesión, sino que abre un movimiento continuo hacia la alteridad y el misterio.

Jassiba desafía al narrador a descubrir “lo invisible en lo visible”, un mandato que invita a una visión poética y espiritual. Los jardines que debe imaginar constituyen una prueba iniciática y un intento de desentrañar los secretos del alma mediante el lenguaje y el deseo. De este modo, la épica que propone la novela transfigura al héroe tradicional: ahora es quien se atreve a explorar sus límites más profundos y aceptar la fragilidad inherente a ese proceso. El narrador confirma esta transformación: “Jassiba me enseñó a ver más allá de la piel, a descubrir los jardines que nacen cuando se mira con deseo atento”. En este universo narrativo, la mirada deseante es una vía de conocimiento y espiritualidad. La estructura fragmentada, lírica y simbólicamente densa del relato refleja esta travesía circular, casi ritual, donde cada escena es estación iniciática. La sensualidad que permea la prosa no es fin en sí misma, sino lenguaje simbólico que articula la búsqueda.

Así, Los jardines secretos de Mogador presenta lo íntimo como un espacio heroico donde gestos mínimos —una caricia, una palabra, un aroma— adquieren una significación reveladora. La verdadera gesta consiste en entregarse a una experiencia que, desde lo sensual, abre puertas a lo invisible. La nueva figura heroica que emerge es el sujeto dispuesto a habitar sus propias contradicciones, enfrentando el vértigo del deseo, la duda y la transformación, en una heroicidad silenciosa y exigente. El recorrido del protagonista se mide en su capacidad de apertura y entrega, desmontando certezas para reinventarse en el deseo. Frente a narrativas tradicionales de dominación, la novela propone una ética del deseo atenta y comprometida, que reconoce en el encuentro con el otro —especialmente con su cuerpo— una oportunidad para el autoconocimiento. Aquí, el deseo no aliena ni dispersa, sino que cataliza la revelación interior, y la sensualidad se convierte en un acto de presencia radical.

Finalmente, la escritura misma forma parte integral de esta gesta íntima. Inventar jardines para Jassiba es un acto performativo donde el héroe experimenta la transformación, la nombra y la convoca, convirtiendo la narrativa en ritual simbólico de tránsito. Así, la novela desafía la concepción clásica del héroe y la épica, redefiniéndolas desde una experiencia interior donde la rendición al deseo y la vulnerabilidad son la verdadera prueba de coraje.

‘Los jardines secretos de Mogador’, de Alberto Ruy Sánchez.
Portada de ‘Los jardines secretos de Mogador’. (Alfaguara)

La sexualidad femenina como fuerza simbólica

En la “épica inversa” que nos ofrece Los jardines secretos de Mogador, uno de los motores más potentes es la centralidad de la sexualidad femenina. Lejos de las figuras pasivas o meramente decorativas que suele ocupar en relatos clásicos, la mujer emerge como fuerza creadora, viva y vibrante, fuerza creadora de deseo y significado. Jassiba no es objeto de mirada ni presa de conquista; es quien marca el compás, lanza el desafío, traza el mapa del viaje. Este giro simbólico resulta clave. Jassiba encarna una figura que evoca la complejidad de Sherezade y Shahrayar en Las mil y una noches, pero rompe la dicotomía que los separa. Allí, Sherezade es la voz que narra para salvarse; Shahrayar, el soberano que domina y castiga. En cambio, en la novela de Ruy Sánchez, Jassiba funde y supera esos roles: no es víctima ni opresora, sino creadora y pactante. Establece un vínculo que no busca jerarquías, sino reciprocidad y co-creación. “Por cada jardín que me traigas, una noche de amor”, impone al narrador, no como mandato de poder, sino como invitación a una danza donde deseo, imaginación y saber circulan en libertad. Jassiba es fuerza activa, corriente que impulsa la creación y la transformación, marcando el pulso sin someter ni ceder.

Así, la sexualidad femenina no se despliega como poder unidireccional, sino como eje de cooperación y diálogo emotivo. Este pacto simbólico subvierte la lógica tradicional y abre un espacio para la revelación mutua y el crecimiento compartido. En este encuentro, el erotismo se redefine: no como posesión ni dominio, sino como experiencia viva que transforma. La sexualidad femenina deja de ser un misterio amenazante para volverse lenguaje vital que desmantela normas, desafía estructuras de control y convoca nuevas formas de narrar y de amar. Esta visión dialoga con la mística de Al-Ghazali, quien en su La vivificación de las ciencias de la fe afirma que el placer es alimento necesario para el alma, tan vital como el pan para el cuerpo. El deseo, para él, no es enemigo de la virtud sino aliado, cuando se vive con conciencia y ética. Así, cuerpo y placer se vuelven senderos espirituales, no simples impulsos o pecados.

Ruy Sánchez recoge y renueva esta herencia, fusionando cuerpo y alma en una única senda de saber. El erotismo, lejos de ser distracción, es umbral hacia la revelación; el goce, sabiduría encarnada, donde lo sensual se abre a lo sagrado. Esta idea se entrelaza con el pensamiento de Emmanuel Levinas, para quien el eros es comunicación sin posesión: encuentro que honra la alteridad sin dominarla. En Los jardines secretos de Mogador, el cuerpo es texto vivo que se comparte, no territorio que se conquista. El amor no se configura como estrategia de poder, sino como experiencia de apertura al otro y posibilidad de devenir. Jassiba es subjetividad activa que no espera pasiva, sino que propone, desafía y desvela. Su exigencia —“descúbreme jardines”— es llamado a la imaginación, a la creación conjunta, a la coautoría de una experiencia que trasciende lo físico.

Más que una inversión de poder, este cambio propone una ética nueva del amor y el deseo, basada en la reciprocidad y el respeto. No relaciones jerárquicas o posesivas, sino vínculos simétricos donde cuerpo y alma se unen en acto de gratitud y conciencia. Al-Ghazali nos recuerda que la unión física, vivida desde ese lugar, puede volverse acto sagrado y adorativo. Desde esta perspectiva, la sensualidad no solo se despliega como experiencia estética, sino que se eleva a escritura del alma. El espacio íntimo que pinta la novela es más que placer: es territorio de resistencia, de revelación y de transformación. La narrativa erótica que propone no reproduce la lógica de la dominación, sino que abre la puerta a una metamorfosis compartida y profunda. El erotismo místico se erige como el cenit de esta épica invertida. No se trata de conquistar el mundo externo, sino de entregarse al deseo como conocimiento y valor. La batalla verdadera es contra el miedo: a la vulnerabilidad, al encuentro radical, a la disolución del yo en la entrega al otro. Aquí, el erotismo no evade, sino que compromete; es “ver lo invisible en lo visible”, habitar el deseo no como falta, sino como vía hacia lo trascendente. El amor —acto creador y mutuo— se vuelve así la máxima hazaña espiritual.

Lenguaje simbólico y experiencia compartida

En Los jardines secretos de Mogador, el erotismo no es simple ornamento ni transgresión superficial: es estructura vital que reconfigura los modos de narrar, conocer y amar. Al transformar el deseo en lenguaje simbólico y experiencia compartida, la novela de Ruy Sánchez desplaza las lógicas patriarcales de dominación y posesión para abrir un territorio nuevo, donde la sexualidad femenina deja de ser objeto temido o idealizado y se vuelve fuerza activa de sentido, creación y revelación.

Esta transformación se inscribe en lo que puede leerse como una épica invertida: no una conquista del mundo exterior por medio de la fuerza, sino una travesía interior impulsada por el deseo, la imaginación y la apertura. En lugar del héroe solitario que se impone sobre otros, encontramos un sujeto que se deja afectar, que se transforma en el encuentro. La subjetividad femenina, encarnada en Jassiba, no solo interpela al narrador: lo exige, lo conmueve, lo despierta. El deseo no se sacia ni se somete; se cultiva, como un jardín que florece a través del lenguaje, la reciprocidad y la entrega.

En esta cartografía íntima, el cuerpo es al mismo tiempo texto y templo, y la unión amorosa, una forma de conocimiento espiritual. Así, la obra dialoga con herencias místicas como las de Ibn Hazm, Ibn ʿArabī o al-Ghazālī, y con una ética contemporánea del deseo que, como en Levinas, ve en el eros no la anulación del otro, sino la afirmación radical de su alteridad. El erotismo místico que atraviesa la novela se vuelve un camino hacia lo trascendente, un acto de hospitalidad radical, una práctica de libertad compartida. Amar, en este universo narrativo, es la hazaña suprema: una empresa espiritual donde el alma se escribe a través del cuerpo, y el cuerpo se ilumina con la palabra.


* Ibn Hazm (994–1064) fue un autor andalusí del siglo XI, conocido principalmente por su obra El collar de la paloma, en la que explora el amor y sus complejidades desde una perspectiva tanto filosófica como mística.

**  Ibn Arabi (1165–1240) fue un influyente poeta y filósofo sufí del siglo XII y XIII, cuya obra más conocida, Tarjumān al-Ashwāq (El intérprete de los deseos), ofrece una visión del amor y el deseo en una clave mística, viendo el amor como un vehículo para alcanzar lo divino y la realización espiritual.

Assia Mohssine

Profesora-investigadora en la Université Clermont Auvergne/ CELIS

AQ

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