La tarde del 10 de septiembre, una pipa que transportaba más de 49 mil litros de gas se volcó bajo un puente en la alcaldía Iztapalapa, lo que provocó una explosión que afectó a casi un centenar de personas y dejó al menos ocho muertos.
Este trágico incidente llevó a algunos testigos a recordar las detonaciones ocurridas en la localidad de San Juan Ixhuatepec, en Tlalnepantla, Estado de México, en 1984, un suceso que ha sido considerado como uno de los desastres industriales más severos en la historia moderna del país.
Para conocer más sobre lo que experimentó la población aquel día, MILENIO conversó con Gabriela, una vecina que vivía apenas a kilómetro y medio de la zona cero, en donde ahora se encuentra el Parque Hidalgo.
"La gente corría para todos lados"
Aquel 19 de noviembre parecía ser un lunes cualquiera. Gabriela y sus hermanas se levantaron poco antes de las seis de la mañana y comenzaron a prepararse para ir a la escuela. Mientras alistaban sus cosas, escucharon a su mamá, María, llorando en la sala.
En un inicio, Gabriela pensó que el llanto de su madre era producto de algún mal sueño. La realidad es que María había escuchado la primera explosión ocurrida en la planta de almacenamiento de Petróleos Mexicanos (Pemex) en San Juan Ixhuatepec, pueblo también conocido como San Juanico.
Ese día, como muchos otros, María salió temprano de su casa para comprar la leche en una tienda de la entonces Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo) en la colonia Ampliación Gabriel Hernández, aledaña a San Juanico. Mientras aguardaba su turno en el establecimiento, sintió cómo el suelo se cimbraba momentos antes del primer estallido.
"Cuando salieron de la leche, las llamas se veían muy cerca, entonces toda la gente corrió a sus casas", cuenta Gabriela sobre aquella mañana. Aún sin tener certezas sobre lo que había ocurrido, María le dijo a sus hijas e hijos que "la gente se está quemando".
Al asomarse por la ventana, Gabriela notó cómo todo el ambiente se había tornado color naranja y se percibía un calor intenso. Los vecinos trataban de explicar la situación diciendo que había un eclipse e incluso hubo quienes, anticipando un catastrófico escenario, aseguraron que "se cayó el Sol".
"Fueron muchas explosiones y antes de la detonación se escuchaba cómo el gas empezaba a hacer ruido, como un zumbido", añade la entrevistada. En un momento, Gabriela y su familia subieron a la azotea con la intención de tener un mejor panorama de la zona.
"En eso empezamos a sentir cómo se cimbraba el piso y el mismo impacto de la explosión nos tiró. Luego escuchamos en el radio que habían sido en San Juanico y dijeron que evacuáramos".
Debido a que en la zona el gas se transporta por ductos subterráneos, consideraron que permanecer ahí implicaba un gran riesgo. Llenos de incertidumbre, Gabriela y su familia abandonaron su casa con un radio, un par de mochilas y una cobija; emprendieron el rumbo hacia el domicilio de una familiar que vivía en Iztapalapa.
Al salir, se encontraron con un señor y dos señoras que traían con ellos un grupo de alrededor de 15 niños que habían logrado rescatar de San Juanico. Un vecino les recomendó que se refugiaran en una iglesia cercana, pero la respuesta que recibió fue contundente: "Ustedes aquí creen que están muy seguros, pero hasta acá les va a llegar".
Habitantes de toda la colonia comenzaron a desplazarse para huir de la zona. Mientras la multitud avanzaba hacia distintas vialidades ocurrió una explosión más. "La gente corría para todos lados, algunas personas se cayeron y otras les pasaron por encima, fue muy feo", narra Gabriela.

Un par de horas más tarde, se corrió la voz de que el desalojo de las casas estaba siendo aprovechado por ladrones para hurtar pertenencias, por lo que varias familias —incluyendo la de Gabriela— optaron por que algunos de sus miembros volvieran a su hogar.
Para fortuna de Gabriela y su familia, ningún ser querido resultó afectado por la trágica cadena de explosiones, aunque el trauma estuvo presente durante varias semanas. Cualquier zumbido, como el que se escucha al encender el boiler, les recordaba el día de las explosiones. Además, en uno de los muros de la casa había un reloj con la imagen de un amanecer; María pidió que se retirara después de aquel 19 de noviembre.
Al igual que muchos vecinos y testigos, Gabriela considera que la cifra de víctimas nunca se logró esclarecer, pues muchas personas fueron calcinadas al instante y no hubo manera de recuperar sus restos.
Datos del Centro Nacional de Prevención de Desastres estiman que el incidente, provocado por la ruptura de una tubería que transportaba gas LP en la planta de almacenamiento, dejó más de 500 personas fallecidas, siete mil lesionadas y 60 mil evacuadas.
La estación de Pemex en la que se originó la catástrofe se construyó en la década de 1960 y tenía una capacidad para almacenar hasta 16 millones de litros de gas LP en seis contenedores esféricos y 48 cilindros, según datos del Atlas Global de Justicia Ambiental.
En un inicio estaba prohibido edificar viviendas en un radio de 300 metros respecto a la terminal de la petrolífera, pero la expansión urbana orilló a decenas de familias a asentarse en la zona de riesgo. Las explosiones destruyeron un total de 149 casas y mil 358 más quedaron dañadas.
BM.