A la mitad de su gestión, el alcalde tapatío Enrique Alfaro Ramírez, ha dejado en claro que la promoción de la cultura no es el lado fuerte de su gobierno.
No es suficiente programar eventos, algunos de ellos a muy alto costo, en el marco del programa “Sucede” para realizar un buen papel en este renglón; hace falta integrar a los tapatíos mediante programas convincentes a la actividad artística y creativa, además de convertir a la comunidad cultural (defínase en una u otra forma) en protagonista de las acciones oficiales.
Pero, lo más importante, es que el ayuntamiento tenga, al menos, una política cultural. Y no la tiene. Parches aquí, parches allá, ruidos aquí, ruidos allá, para cubrir las deficiencias en el sustento de la promoción de la cultura.
Es una lástima que el alcalde tapatío, Enrique Alfaro, haya desaprovechado la oportunidad de vincularse con el sector cultural de su ciudad y dejar en claro que, en caso de llegar al gobierno de Jalisco, la cultura será uno de sus renglones prioritarios. Tras el paso de 18 meses, en este momento, algunos creadores que fueron sus más leales defensores en materia de cultura, bajaron ya las manos al comprender que este trienio se perdió sin remedio.
Un ejemplo muy claro es la eliminación, sin más ni más, del certamen bienal de literatura “Hugo Gutiérrez Vega”, creado en la Administración anterior por acuerdo de Cabildo y que debió realizarse en su segunda edición, en el primer año del gobierno de Alfaro. Por algún motivo, sus asesores culturales, primero, pensaron en convertirlo en un certamen de “crónica”. Imagínese usted. Y finalmente, lo borraron de un plumazo.
Con el propósito de salvar el trienio, luego del error de la designación de una directora ajena a los medios culturales, desconocedora de las distintas disciplinas y recomendada, unos dicen que por la FIL y otros que por el Iteso, Alfaro ideó crear dos “grandes” programas, eso sí, muy costosos: “Sucede”, que se atiene a lo efímero de los eventos, sin calar profundo en la comunidad; y la compra de una serie de esculturas que, por fortuna, son obra de buenos artistas y quedarán para la ciudad. Pero ninguno de estos guiones cumplen con el propósito de transformación vital que debe plantearse desde la cultura.
Agustín Yáñez, un sabio maestro de este renglón, decía, en alguno de sus discursos, que una política cultural debe repercutir en un mejor nivel de vida. Claro, porque el ejercicio de las artes y las actividades culturales permite al ser humano construir unos mejores ojos para atenderse a sí mismo y comprender mejor su mundo.
Sin embargo, esta clase de planteamientos están ausentes del mapa que cubre la ostentosamente denominada “Secretaría de cultura” del ayuntamiento tapatío. Lamentablemente, el nombre no otorga a una dependencia su estatuto, sino su capacidad de acción, su posibilidad de transformar la realidad para que los ciudadanos puedan acceder a nuevos espacios de encuentro con la creación, con las artes, con las letras.