La fractura de las costillas puede ocurrir a cualquier edad, siendo más frecuentes, y por mucho, en los adultos más que en niños y adolescentes. Las costillas son huesos largos y delgados que forman junto con la columna dorsal y el esternón, la jaula toráxica, estructura osteo membranosa que sirve para guardar a órganos vitales como el corazón y los pulmones. Además de proteger a estos órganos, intervienen en la función respiratoria, ayudando a comprimir los pulmones. Por su ubicación y características estructurales, son propensas a romperse cuando el tórax sufre un traumatismo directo, como en un accidente automovilístico, golpes directos en la práctica deportiva, una caída o al recargar el tronco sobre un mueble.
En los adultos mayores, la osteoporosis facilita que se rompan con un traumatismo menor o esfuerzos como una tos enérgica o al flexionar el tronco para calzarse a levantar un objeto del piso.
En ocasiones, las costillas se fisuran y otras veces se fracturan completamente en dos o más partes. Mientras más costillas fracturadas tenga un paciente mayor es la molestia y el riesgo de sufrir complicaciones pulmonares. De acuerdo a estudios, en los pacientes mayores de 65 años de edad, cada fractura de costilla adicional aumenta el riesgo de neumonía en un 27% y el riesgo de muerte en un 20%. Por ello, es fundamental la valoración médica inmediata, sobre todo cuando se trate de un traumatismo de alta energía. Los síntomas más frecuentes de la fractura de costilla es el dolor al tacto, al respirar profundamente, al estornudar o al toser y la sensación de crepitación. Debido a que estas fracturas son bastante dolorosas, los pacientes e encorvan y hacen respiraciones superficiales para evitar el dolor intenso. Esto puede provocar que los pulmones se colapsen, dificultando aún más la respiración y facilitando la acumulación del moco bronquial y posteriormente el desarrollo de una neumonía.
Las radiografías de tórax son esenciales para confirmar el diagnóstico, pero sin embargo, un reporte normal de la radiografía no descarta una fractura. Si la sospecha es elevada, o bien hay síntomas de complicaciones pulmonares, deberá realizarse una tomografía computarizada. Con frecuencia, el traumatismo que provocó la fractura de costilla también pudo ocasionar otras lesiones torácicas, como ponchar un pulmón, hemorragia en los pulmones o sangrados internos que requieren de atención inmediata ya que si no se tratan oportunamente pueden poner en riesgo la vida.
El tratamiento de la fractura de costilla dependerá del caso en particular y de la severidad de la lesión. En casos complicados se requerirá de la atención hospitalaria y la intervención de especialistas en las áreas involucradas. En accidentes leves, cuando solamente se trata de una costilla fracturada y sin compromiso respiratorio, se dice coloquialmente que se curan solas, con agua y ajo, es decir que el paciente tendrá que tolerar ciertas molestias mientras va sanando la fractura.
El tratamiento médico consistirá en ayudar a que el dolor sea lo menos intenso posible para facilitar el desarrollo de la actividades indispensables de la vida diaria del paciente y evitar complicaciones respiratorias. Un vendaje o faja costal suele ser útil para disminuir el dolor. En el pasado, los médicos utilizaban paños de compresión sujetos con vendas elásticas colocadas alrededor del pecho, para ayudar a entablillar e inmovilizar la zona. Ya no se recomiendan los paños de compresión para las fracturas de costillas, ya que pueden impedir la respiración profunda, lo que aumenta el riesgo de neumonía.
Por lo tanto, la clave del tratamiento de la factura de costilla es el control del dolor, los ejercicios de respiración para mantener los pulmones funcionando y la fisioterapia. Dado que el riesgo de tener complicaciones pulmonares aumenta con la edad, es necesario una vigilancia estrecha en estos pacientes.
Si estas medidas no resultaran suficientes, es posible que se indique el bloqueo anestésico a fin de controlar el dolor en la región de las fracturas. La recuperación total puede darse entre 6 y 8 semanas, considerándose resuelto el caso, cuando el paciente puede respirar profundamente, toser bien y caminar sin molestias.
Una vez que se haya controlado el dolor, los ejercicios de respiración para ayudarte a respirar más profundamente reducirán el riesgo de desarrollar neumonía.
Más vale prevenir.