Ese día traía ganas de consomé de pollo, porque sentía la necesidad de algo caliente. Así que me senté a la mesa saboreándome las hebras de pollo, el limón y la salsita. Mmm. Pero el mesero me puso en la tierra con rapidez.
–Nada más nos queda sopa de lentejas.
Usted entiende. No tengo nada contra las lentejas; incluso me gustan. Pero me gusta poder elegir, comer las lentejas porque ese día elegí comer eso. No porque es la única opción disponible.
–O sea que puedo elegir entre sopa de lentejas y… sopita de lentejas.
–Bueno –se rió el mesero– también podríamos ofrecerle una crema, siempre y cuando sea de lentejas.
Así que comí lentejas. Y mientras las degustaba (las canijas estaban buenas), pensé que a la ciencia mexicana le están diciendo lo mismo que a mí: solo hay de una sopa.
Pensemos un poco. A los científicos suele gustarles el protocolo, vender ideas para comprar discusiones, pero les gusta que sean discusiones entre pares, alegar con alguien a quien respeten, y construir consenso basado en los méritos de las ideas, porque así es como, para bien o para mal, se ha construido la ciencia en el tiempo.
Pero ahora les presentan una iniciativa para modificar la ley que pone todo el poder en una persona. Que discutan en su casa: aquí nomás truenan unos chicharrones. Les ponen a un figurón cuyos méritos científicos no pueden discutir (aunque sí otros) y desaparecen todos los organismos de consulta para centrar las decisiones; esto les gusta a los políticos porque así es, para bien o para mal, como se han decidido las cosas en este país chicharronero.
Así que no hay más que de una sopa. Como ya sabemos cómo se las gasta el jefe de la susodicha, no hay la menor duda de cuál es la sopa que prepara para los científicos. Hay sopa autoritaria o sopa autoritaria. Y háganle como quieran.
Ahora, en las condiciones de México, y más concretamente las condiciones en la que están los científicos mexicanos, hay varios desenlaces posibles. Unos dirán que no quieren de esa sopa y se irán a otro lugar, si pueden; serán los menos. Hay una larga fila de hambrientos que agitan sus cucharas, pues ellos no le harán el feo, aunque ya la sopa no sepa a libertad. Y me temo que muchos acabarán, como yo, comiéndose las lentejas, aunque por dentro sientan un grito que se les ahoga.