Miguel Ángel Buonarroti rebasaba los ochenta años cuando cobró gran afecto y cariño por una muy joven pintora, quien fue su primer y última discípula. No solo alabó su trabajo y la aconsejó. Lo insólito es que incluso le dio dibujos de su propia mano para que ella los llevara al óleo, cosa que no hizo o hizo escasas veces a lo largo de su larga vida con sus muy pocos aprendices.
Ella se llamó Sofonisba Anguissola, y su suerte fue excepcional. No solo fue la última mujer cuyo nombre se relaciona a profundidad con Miguel Ángel, sino que además fue la primera artista independiente de la que aún se tengan noticias, obras y documentación.
Independencia que desde luego hay que matizar. En aquellos años era muy mal visto que las mujeres se dedicaran a la mayoría de los oficios ejercidos masculinos. Y más aún si el proceso de aprendizaje tenía que llevarse a cabo en talleres rodeada de hombres.
Es casi seguro que la recomendación de Miguel Ángel fue la que mayor peso tuvo cuando los embajadores de España solicitaron un maestro retratista para la corte de Felipe II. Sofonisba emigró y fue la pintora oficial de la realeza y también llegó a tener el título de dama de honor de la entonces reina Isabel de Valois, tercera esposa del lúgubre monarca, quien por años fue su más importante mecenas y a la que Sofonisba pintó en varias ocasiones.
Cabe subrayar que ella no recibía sueldo o paga monetaria por sus pinturas: era en contra del decoro y las buenas costumbres que una dama recibiera dinero por sus servicios.
Solo las domesticas y las prostitutas cobraban en efectivo.
La calidad de su trabajo le abrió muchas puertas incluso para la posteridad. Por siglos fue la única mujer en tener obras expuestas en el Louvre de París. Pero esta misma calidad, aunada al machismo histórico de la sociedad le escamoteo mucho reconocimiento.
Varias de sus obras han sido atribuidas a lo largo de los años a pintores varones.
El ejemplo más célebre es el cuadro que acompaña a este texto, el retrato de La Infanta Catalina Micaela, erróneamente atribuida a El Greco. Que por tanto tiempo una pintura de Sofonisba hubiera pasado por obra salida de la mano del genial cretense habla del grado de refinamiento pictórico alcanzado por Sofonisba. También habla, claro, de cómo el patriarcado se esfuerza por negar la genialidad femenina.
En otra cosa también fue singular Sofonisba. Se cuenta que a los cincuenta años de edad, al regresar en barco a su tierra natal en 1580, poco tiempo después de enviudar de su primer marido, el hijo de un príncipe español, se casó por segunda vez con el joven Orazio Lomellino que tenía alrededor de 25 años, mientras ella bordeaba los 50.
Sofonisba quedó ciega los últimos años de su vida. Pero todavía le cupo un último honor. El talentoso pintor flamenco Van Dyck no quiso abandonar la península sin haberla conocido y hacer un retrato de la célebre anciana.
Como señala Giovanni Papini en su libro sobre Miguel Ángel, tuvo la suerte de que el titán del Quattrocento bocetara cuadros que luego ella terminaría al óleo y después ser homenajeada en vida por el más famoso pintor del Siglo XVII.
En su mismo libro, Giovanni Papini se cuestiona si el gran afecto que le tuvo Miguel Ángel fue provocado solo por el gran talento de la jovencita, o contribuyó también su belleza que, subraya, era más bien escasa. Porque por los autorretratos que aún se conservan de ella, no parece que tuviera, ni siquiera de joven, ningún encanto especial. Y aquí Papini subraya: “Pero los retratos, por muy felices que sean, no nos explican por completo el alma y los gestos de una criatura, y es posible que ella, con su espíritu festivo, la luz de su mirada y su sensualidad, alegrara un poco, con su sola presencia, al viejo amante de toda forma bella que siempre fue Miguel Ángel”.