Efraín Juárez tiene un defecto —o virtud, según quién lo vea—: no sabe tragarse el coraje. Lo que a otros técnicos les dura adentro hasta la conferencia de prensa, a él le estalla en la cara, en la cancha, en las redes o frente a los micrófonos.
Sus berrinches no son anécdotas aisladas: son parte de un patrón que define su manera de vivir el futbol. Y a la larga, son también la marca de un estilo.
Rasgos que lo delatan.
1. El arrebato inmediato
Lo suyo no es la diplomacia. Cuando algo lo irrita —un arbitraje dudoso, una pregunta incómoda, una derrota inesperada— responde con lo primero que le cruza la cabeza. Aquella vez que llamó “un desastre” al árbitro contra Cruz Azul no fue un exabrupto aislado: fue la reacción típica de alguien que no filtra.
2. La necesidad de imponerse
Juárez busca dejar claro que tiene la última palabra. Sus celebraciones frente a rivales en Colombia, que desataron acusaciones de soberbia, hablan de un entrenador que no concibe la idea de pasar desapercibido. Si gana, lo hace sintiéndose visto; si pierde, también.

3. El discurso defensivo
Cuando se le cuestiona, su salida es casi siempre con ironía o confrontación. “¿Qué hicimos mal o a quién matamos?” dijo tras una derrota de Pumas. Ese tipo de frases dejan ver una personalidad que necesita mostrar que el ataque no lo hiere, aunque en el fondo lo esté resintiendo.
4. El orgullo herido
Su separación del Atlético Nacional lo confirmó. No se fue en silencio. Habló de “la verdad” contra “tu verdad”, reclamando espacio para que su versión quedara en la memoria. Para Juárez, callar es perder, y eso no se negocia.
Más que un “estratega cerebral” al estilo europeo, Juárez es visceral. Y ahí está el punto: su estilo no se explica sin esos desplantes que muchos ven como berrinches, pero que son la manera en la que su personalidad se desborda.
Claro, esos destellos pueden ser un arma de doble filo: lo mismo inspira respeto en un vestidor que fatiga a directivos y árbitros. Al final, Juárez siempre deja huella, aunque no siempre de la forma que más le convendría.

En un futbol cada vez más domesticado, donde los técnicos recitan lugares comunes y se refugian en discursos de “trabajo y humildad”, Juárez se sale del molde. Sus arranques incomodan, sí. Pero también recuerdan que el juego sigue siendo humano, imperfecto, lleno de pasiones que no siempre caben en el libreto oficial.
La pregunta es si estos comportamientos terminarán siendo la gasolina que lo impulse o el estigma que lo condene. En un banquillo tan expuesto como el de Pumas, la respuesta no tardará en llegar.
MGC