Como aspirante a escritor de 13 años, Sam Sussman pasaba la mayor parte del tiempo de la secundaria garabateando poesía al fondo del salón.
En su pueblo, al norte del estado de Nueva York, lo acosaban mucho por ser tímido, estudioso y judío, e igual, por vivir en el campo con una madre soltera y bohemia.
Un día, un profesor le dijo que quería hablar con él.
“Te pareces mucho a este músico —señalando una fotografía en una computadora de escritorio—. Para algunos, es un poeta”.

Era Bob Dylan
Esa noche, Sam hizo una búsqueda en LimeWire, que a principios de la década de 2 mil era un sitio popular de música pirateada, y descargó Love Minus Zero, un tema del álbum de Dylan de 1965 Bringing It All Back Home.
Se quedó atónito. Descargó más canciones de otros álbumes y las grabó en un CD que ponía con auriculares durante los trayectos de ida y vuelta a la escuela.
“Me pareció majestuoso —reconoció—. Recuerdo que lo escuchaba en el autobús y solo pensaba: ‘Por Dios, en un poema se puede hacer cualquier cosa. Incluso puedes poner a Shakespeare en un callejón. Puedes ponerlo con zapatos de punta y campanas’”, continuó, parafraseando “Stuck Inside of Mobile With the Memphis Blues Again”.
Transcurridos dos años de la fase Dylan de Sam, un antiguo novio de su madre advirtió su pasión musical.
“Tu madre conocía a ese tipo”, dijo el novio, momento que Sussman relata en ‘Boy From the North Country’, una novela basada en su vida que pronto saldrá a la venta, con un personaje llamado Evan que le sirve de doble.
¿Cómo se enteró que su mamá había conocido a Batman?
Fue como enterarse de que su madre había conocido a Batman; Dylan parecía más mito que persona real.
Al principio, Fran Sussman se encogió de hombros ante las preguntas de su hijo, que había crecido pensando que su padre era el abogado de derechos civiles del que se había divorciado cuando él era pequeño.
Eso cambió un día de 2006, cuando llevaba a Sam a casa después de una sesión con un terapeuta.
Él estaba escuchando a Dylan con los auriculares y ella lo interrumpió, haciendo un esfuerzo para acercarse a su hosco hijo de 15 años.
Le contó una historia fascinante. Había conocido a Dylan en una clase de pintura en 1974, en el 11° piso del Carnegie Hall. Ella tenía 20 años y aspiraba a ser actriz.
Él tenía 33, estaba casado y era famoso, buscaba inspiración tras publicar unos discos decepcionantes.
Cuando les pidieron a sus compañeros que valoraran un lienzo que Dylan había pintado, todos los demás se deshicieron en elogios. Fran le dijo que los colores eran duros y poco atractivos.
Así fue como inició su relación
Duró cerca de un año, durante el cual Dylan la visitaba en su apartamento de alquiler en el Upper East Side, donde componía las canciones que se convertirían en “Blood on the Tracks”, su hit de 1975.
Ella fue una musa y una caja de resonancia. Rompió con él cuando se dio cuenta, como le dijo a Sam, de que era más fácil para Dylan darle canciones de amor que amor.
Para Sam, ahora de 35 años, todo esto formaba parte de una carpeta llamada
“Hechos asombrosos sobre mamá”, porque la historia era muy anterior a su nacimiento.
Entonces ella añadió un detalle que lo hizo estremecerse:
"Dylan y su madre habían reavivado brevemente su romance, en 1990. Sam sabía hacer cuentas".
Era una idea estimulante, que su padre biológico fuera su héroe artístico, por no hablar de un virtuoso de las palabras y las melodías. La idea aliviaba de algún modo su sensación de desarraigo. Hacía que el mundo pareciera distinto.
Lleno de añoranza
“Nada de lo que diga podrá captar lo que sentí, lo que sentí en ese momento de mi vida", rememora Sussman.
"Recuerdo que era adolescente, era tarde por la noche y estaba junto a mi ventana, escuchando su música, y solo pensaba: ‘¿Y si fuera al garaje, tomara el auto de mi madre y condujera hacia el oeste y solo tratara de encontrarlo?’”., agregó
Sussman estaba sentado en un sillón una tarde reciente en el mismo apartamento del Upper East Side donde vivía su madre y donde comenzó su romance con Dylan.
Tiene el halo de rockero clásico de pelo rizado y largo hasta los hombros sobre un rostro que, durante años, ha inspirado a completos desconocidos a pronunciar alguna versión de “Tú de verdad te pareces a Bob Dylan”.

Habla con un acento tan insólito que sus amigos lo imitan: una mezcla pensativa y profunda de todos aquellos a los que ha conocido, con, al parecer, el ritmo lánguido de un acento sureño.
Puede pasar tres horas hablando, en su cómodo y poco decorado apartamento repleto de libros (Marcel Proust, Virginia Woolf), sus propios cuadros un tanto primitivos y una colección de discos de vinilo (Nina Simone, Leonard Cohen).
Sólo hace una pausa para preparar un café espresso en la estufa, al que añade mantequilla batida.
Cuando baraja ideas, sus ojos se entrecierran hasta convertirse en rendijas, una expresión que parecería rabia en alguien que careciera de su franqueza y soltura. Su seriedad parece sacada de una época anterior a la ironía.
“Cuando lo conocí a los 17 años, sentía una curiosidad casi implacable por la gente" —afirmó Tom Fuchs, un viejo amigo de Goshen, a unos 100 km al noroeste de Manhattan.
A los pocos días, él me estaba haciendo preguntas sobre mí mismo, mis padres, mi educación y lo que valoraba, preguntas profundamente íntimas.
Al principio pensé que era algo que sólo lo hacía conmigo, pero poco después me di cuenta de que era su forma de relacionarse con la gente”.
Sussman asistió al Swarthmore College y luego obtuvo una beca para la Universidad de Oxford, donde hizo la licenciatura en estudios internacionales.
Después fundó Extend, una organización sin fines de lucro que ofrece programas educativos para promover la coexistencia entre israelíes y palestinos.
Reparte su tiempo entre Goshen y Manhattan, donde tiene un círculo de amigos cercanos.
La mayoría de ellos no sabían de su posible vínculo con Dylan hasta que publicó un ensayo sobre el tema en Harper’s, en 2021. Entre ellos está Oskar Eustis, director de Public Theater, a quien conoció en una boda hace cinco años.

“Empezamos a hablar, y creo que hablamos durante cuatro horas", dijo Eustis en una entrevista telefónica.
"No he conocido a mucha gente de su generación tan apasionada por la justicia social, el arte y la filosofía. Aquella noche hice un nuevo amigo y fue un acontecimiento maravilloso para mí”, mencionó.
Sussman ya ha escrito dos novelas, no ha publicado ninguna.
Su comodidad con el medio es una de las razones por las que su primer libro de tapa dura formará parte de la sección de ficción, a pesar de que poco se ha cambiado en la historia aparte de nombres y fechas, Dylan es la única persona que no tiene seudónimo, y de que los editores le dijeron que una biografía vendería más ejemplares.
“Samuel Beckett tiene una gran frase. Tienes que encontrar una forma que se adapte al desorden”, compartió Sussman.
El meollo de ‘Boy’ se centra en el doble de Sam, Evan.
Tras ver la imagen de Dylan en la computadora del colegio, Evan lee sobre el cantante y pronto le parece no sólo a un talento de época, sino un camino a seguir.
Robert Zimmerman se había criado como judío en la Minnesota rural y a los 19 años, según su autodenominada leyenda, tomó un tren a Manhattan y deslumbró al mundo con poco más que una guitarra y sus versos.
En su dormitorio, Evan puede oír un tren de mercancías que atraviesa el valle del Hudson.
De repente, la vida de escritor en Nueva York parece apasionantemente posible.
Sussman podría estar en Manhattan, o en Londres, Berlín, Tel Aviv y muchas otras ciudades. En 2017, regresó a Goshen.
A su madre, llamada June en la novela, le habían diagnosticado cáncer de ovario.
La acompañó a los tratamientos de quimioterapia y a las visitas al médico, mientras ella completaba los detalles de su vida.
Incluía muchos traumas, algunos infligidos por hombres, algunos de ellos abusivos, otros simplemente no disponibles. Dylan entraba en esta última categoría.
‘Boy From the North Country’ resuena hasta alcanzar un registro emocional único cuando Sussman retrocede en el tiempo, hasta 1974, y en esencia le entrega la historia a su madre", contó
"Estamos leyendo los recuerdos de Sam de los recuerdos de su madre, pero el resultado parece tan auténtico que la novela funciona como un estudio de personaje de un genio esquivo", mención.
Aquí Dylan es romántico y espectral, deseoso de ayudar a la figura de Fran a aprender sus líneas en una obra de teatro, pero se desvanece cuando le viene a la mente el fragmento de una canción.
En una reseña, David Yaffe, un experto en Dylan que falleció hace poco, calificó la novela de “acontecimiento monumental para cualquiera al que le interese Dylan”.
En última instancia, deja a su hijo sin luz sobre cuestiones clave. Como, ¿Dylan es su padre? ¿ Es el tipo al que Sussman recuerda vagamente de visita en Goshen para verlos a su madre y a él, cuando tenía 4 o 5 años, el que lo levantaba brevemente del suelo y lo miraba a los ojos?
“El silencio y la actitud protectora de mi madre no eran por la respuesta, sino por la pregunta", explicó Sussman.
"Ella pensaba que la pregunta equivocada en mi vida era sobre el lugar de él, y su determinación era que ella debía vivir su vida y salir adelante, y yo debía vivir mi vida sin que estuviera definida por él”, señaló.
Hubo años en los que Sussman miraba fotografías de Dylan y añoraba su presencia, o se imaginaba conectando con los hijos de Dylan. Eso se acabó. Su madre tenía una especie de mantra.
“Tienes amor, tienes protección, tienes libertad. Tienes todo lo que necesitas”. Él no entendía lo que ella quería decir… hasta ahora", le repetía a su hijo.
“Mi trayecto en el libro consiste en renunciar a una fijación con un hombre al que no conozco y llegar a apreciar profundamente a la mujer que me crió, que me dio todo lo que valoro en mí mismo —aseguró el autor—. Y ahora lo que siento es que tengo amor, protección y libertad; todo lo que necesito”, mencionó.
