Las mariposas Monarca parten a finales de marzo de vuelta a los grandes lagos de Norteamérica, después de haber pasado el invierno en tierras mexicanas. “Febrero es el mejor momento para visitarlas, porque revolotean despiertas y juguetonas, en pleno cortejo”, afirma risueña la bióloga Gloria Tavera Alonso, directora regional Centro y Eje Neovolcánico de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas.
Este año volví al bosque donde llegan las mariposas Monarca a pasar los inviernos. Hace 30 años, cuando subí por primera vez a la sierra Chincua michoacana, era un muchacho impetuoso e ignorante. Cuando llegué a los alrededores de Angangueo ya era de noche, y me dejé guiar por un par de niños que corrían delante de las luces de mi auto entre oscuras veredas inundadas con charcos de lodo, hasta que encontramos un claro, donde acampé. Al día siguiente, al salir de la tienda de campaña, miles de mariposas volaban alrededor. A esa hora en que el día apenas comienza a despuntar, entre la niebla de la mañana, me descubrí rodeado también por una docena de campesinos que, machete en mano, me indicaron que no podía estar ahí, a medio santuario.
La Reserva de la biosfera de la mariposa Monarca abarca en total 56 mil hectáreas de los estados de Michoacán y México. En los años setenta se localizaron las principales zonas de hibernación de una colonia de millones de mariposas que seguía un ciclo migratorio anual. Desde entonces, cada vez se saben más detalles de este singular fenómeno que es considerado una de las Trece Maravillas Naturales de México. Lo que sigue siendo un misterio es la manera en que las nuevas generaciones identifican los núcleos exactos donde sus ancestros hibernaron. En el año 2000, el lugar fue declarado reserva de la biósfera y, en 2008, Patrimonio Mundial por parte de la UNESCO. “Hay en esta reserva 13 colonias, de las cuales solo seis pueden ser visitadas por los turistas —explica la bióloga Gloria Tavera Alonso, quien también es responsable del programa de mariposa Monarca en su paso por México—. Es importante que venga la gente a participar de este fenómeno, porque eso implica una derrama económica en las poblaciones que custodian a la mariposa. Sin embargo, debe respetarse un sencillo código para no alterar el ecosistema: no gritar, no llevarse ningún ejemplar porque la concentración de mariposas tiene efectos para la migración, no comer, no traer mascotas, no salir de los senderos”.
La vida de una mariposa
Estos lepidópteros de apariencia tan frágil viajan 4 mil 500 kilómetros desde los alrededores de los grandes lagos en el sur de Canadá y el norte de Estados Unidos, siguiendo la línea de la Sierra Madre Oriental, hasta la reserva mexicana, ubicada a 3 mil metros sobre el nivel del mar. Ahí pasarán de noviembre a marzo.
Una de las tantas curiosidades de este largo viaje es el tiempo de vida de las mariposas: aunque una vez que es adulto, cada ejemplar vive aproximadamente un mes, la generación que nace en los bosques canadienses durante el otoño, sin embargo, tiene la particularidad de que se mantiene con vida hasta por ocho meses, y por su longevidad se le conoce como generación Matusalén; es ella la que realizará el viaje migratorio hacia el sur, se apareará en los santuarios de México y volverá hacia el norte, depositando pequeñas cantidades de sus huevecillos en las paradas que haga en mitad del camino, para al final morir en las cercanías de la frontera entre México y Estados Unidos. Sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos, todos con una vida promedio de un mes, continuarán el viaje hacia el Norte, para que la siguiente generación Matusalén pueda nacer en los alrededores de los Grandes Lagos de Norteamérica y regresar el invierno siguiente a los mismos bosques de oyamel mexicanos. Es como si un humano, con una vida promedio de 75 años —por hacer una comparación ociosa—, pudiera alcanzar los 525 años de edad para hacer un largo viaje de ida y vuelta que cinco generaciones después sus descendientes repetirán de manera exacta.
El ciclo de la Danaus plexippus, nombre científico de la mariposa Monarca, es más o menos el siguiente: cada hembra deposita, en pequeñas cantidades, un total de 400 huevecillos al reverso de las hojas de las asclepias que se cruzan por su camino. Cada huevo necesita unos 10 días para madurar y producir una pequeña oruga que, después de casi 10 días de alimentarse con los algodoncillos de las mismas asclepias, crecerá 3 mil veces su tamaño original. Luego se convertirá en una crisálida, que en otros 10 días se transformará en mariposa.
Las alas de la primavera
Los nativos prehispánicos se explicaban este fenómeno migratorio a su modo: cuando los purépechas veían a las mariposas volver en el mes de noviembre, pensaban que era el regreso de las almas de los difuntos. “El ánima de los muertos”, las llamaban cuando las veían merodear por los panteones repletos de flores de cempasúchil. Los mazahuas y otomíes les decían “Las Cosechadoras”, porque las asociaban con los ciclos de reproducción agrícola.
Pablo Neruda, el premio Nobel chileno, se refiere a ellas en sus poemas como “soles ardientes”, “manchas volantes” y “llamaradas”, cuya condición es lo efímero y móvil de la vida. En general la poesía las usa como metáfora de los ciclos vitales repetitivos, equiparándolas con las “hojas de otoño” que vuelan y se van, y cobran vida en la primavera para volver a acariciar la existencia de los bosques. Una imagen que me gusta especialmente es la que usan los japoneses cuando dicen que son “las mismas semillas de mostaza que aletean con otras alas todas las primaveras”.
Aunque la ciencia y la poesía ronden el misterio de la vuelta de las mariposas, los hechos concretos que podemos constatar a simple vista son de por sí sorprendentes. Cada mariposa pesa entre 0.25 y 0.75 gramos y mide hasta 11 centímetros con las alas abiertas. Hay machos y hembras, pero no todas tienen capacidad reproductiva. Su acto sexual dura más de seis horas, y los machos pueden tener hasta tres parejas. Durante la migración, que dura casi dos meses, una mariposa avanza entre 75 y 130 kilómetros por día, y puede realizar por minuto entre 300 y 750 aleteos.
Su voluntad representa el mayor símbolo de resistencia a la hora de cumplir el misterioso destino que le tocó vivir. Acaso intuyen lejanamente la repercusión que su largo viaje tendrá en las generaciones futuras.
Dónde quedarse
La mancha del País de la Monarca, la reserva de la mariposa, parece seguir la línea divisoria entre los estados de Michoacán y México. Definitivamente Zitácuaro es una ciudad que puede servir como centro de operaciones una vez que se ha decidido hacer una visita a las mariposas. El hotel María Fernanda, en pleno centro, ofrece ocho amplias y confortables habitaciones (www.hotelmariafernanda.mx), y el hotel Cacique Inn, ubicado en la carretera, cuenta con un servicio más estándar por la mitad del precio (Tel. 715 153 7400).
En el Estado de México hay tres santuarios turísticos, que son, de norte a sur: La Mesa, en San José del Rincón, donde hay cabañas y senderos para andar en bicicleta. Para llegar ahí hay que desviarse en el municipio de Villa Victoria, en dirección a El Oro, y pasar, 28 kilómetros después, por La Providencia. El segundo de los santuarios del Estado de México, El Chapulín, se encuentra cerca de Valle de Bravo, a 80 km al oeste de Toluca, y el tercero, Piedra Herrada, en el municipio de Temascaltepec, a las faldas del Nevado de Toluca (ahí tendrás que caminar 40 minutos para llegar a las mariposas).
En Michoacán, ambos santuarios se encuentran en las cercanías de Angangueo y Tlalpujahua. Por el sendero de Cerro Prieto se llega al santuario Sierra Chincua, donde es posible acampar (en las zonas dispuestas para ello). El coche se deja a unos tres kilómetros del lugar donde se encuentran las mariposas. El Rosario está a 14 kilómetros al sureste de Angangueo por un camino adoquinado. Se asienta sobre la sierra Campanario y para llegar a las instalaciones hay que caminar dos kilómetros sobre un corredor turístico bordeado de puestos de comida regional y artesanías.
Algunos santuarios turísticos cuentan con instalaciones para pasar la noche a precios módicos, pero es necesario reservar con antelación. La entrada a ellos tiene un costo de recuperación por persona y por auto, y es imprescindible realizar la visita con un guía, que son gente de los alrededores capacitada por biólogos profesionales y con un profundo cariño a sus vecinas las mariposas.
En Angangueo se puede pasar la noche en sitios como el hotel Plaza Don Gabino (Tel. 786 154 0605, [email protected]). En caso de quedarse ahí, hay que visitar la Casa Parker, que cuenta con una colección iconográfica sobre la minería y un túnel subterráneo que conecta con el atrio de la iglesia aledaña, de la Inmaculada Concepción, también llamada “templo de los ricos”, porque junto se encuentra la parroquia de San Simón, o “iglesia de los pobres”. A cinco kilómetros está la ex hacienda de Jesús el Nazareno, cuyo templo fue construido en 1640 y su Cristo de pasta de caña fue traído en el lomo de una mula a través de los bosques de oyamel que la mariposa Monarca escogió para hacer el amor.
Más información: www.mariposamonarca.conanp.gob.mx
Tels. 715 153 3867 y 715 156 8580