Son las 12:30 del día sobre la calle Miguel Hidalgo -en el Centro Histórico-, los comercios cercanos a la escuela primaria Vicente Guerrero ya están abiertos, hay poco tránsito y en su patio de entrada hay una veintena de niños ensayando el toque de guerra.
La escuela, una casona antigua del siglo XVIII, abre su espacio tras pasar su portón de madera con sus remaches usuales de la época, y ahí -en su salón de clases- está Sofía, quien a sus 10 años expresa amor por este espacio y por las calles que la rodean, así como por lo que aprende, y asegura firmemente, quiere ser abogada cuando sea adulta.
No sabe que ahí, por el patio donde ahora se plasman coloridos juegos sobre el piso y en donde platica con su mejor amiga Ashly, pasaron algunos abogados cuando esta construcción también fue la cuna del Poder Judicial de Hidalgo.
Confiesa que todas las mañanas, además de desayunar cereal con leche, tiene ganas de llegar a la escuela para aprender matemáticas y seguir haciendo amigos.
Así como ella, 420 alumnos que conforman la plantilla estudiantil de esta institución saben o imaginan lo que quieren ser de adultos, algunos bomberos, cirujanos, pilotos o maestros.
El tiempo transcurre entre todos los menores que van saliendo uno tras otro de sus clases y talleres (desde matemáticas, canto o ballet), porque saben que pronto tocarán la campana de salida.
Gloria atraviesa la calle, revisa el reloj y sabe que aún tiene tiempo de recoger a su hija. "Es una gran labor ser madre y es esfuerzo económico también porque me gasto 100 pesos diarios de transporte, pero vale la pena porque ella estudie".
Son las 12:50 y sobre la calle van desfilando los carritos con congeladas, chicarrones y dulces, pero Elizabeth, quien hace unas figuras de papel foami de diversos colores brillantes, se queda en el mejor lugar "siempre llego temprano. Hago cinco figuras diarias y de eso mantengo a mis hijos", dice, mientras espera vender sus creaciones en 25 pesos, porque tiene que regresar a Actopan.
La campana suena en punto de las 12:55, los papás siguen llegando y hay más tránsito en la calle en donde los autos y el transporte público respetan los 10 km por hora.
Los niños pequeños salen primero, abrazan entusiastas al familiar que ha llegado por ellos y así, salen poco a poco y la calle se llena de vendedores de congeladas de a 1 peso y chicharrones de 10. Sofía sale y reconoce a la mujer que está pintada sobre una lámina, a un costado de la puerta del siglo XVIII, es Leona Vicario.
"Mira papá, ella es Leona Vicario y sé de ella por mis clases de historia. Fue una mujer que ayudó a la Independencia y fue muy inteligente. No era abogada, pero sé que quiero ayudar a mi país como ella", dice, mientras toma de la mano a su padre en su camino de regreso a casa.
Sofía sigue soñando en ser abogada y sabe que mañana será otro día para seguir aprendiendo de la historia de México y haciendo su propia historia.