Mientras algunos medios se cuestionan si vale la pena escuchar lo nuevo de Morrissey, mientras que otros llegan al extremo de psicoanalizar con mala leche al gallardo cantautor de 61 años, a quien ellos describen como “un artista viejo”, surge la pregunta: ¿Qué crimen cometió Steven Patrick Morrissey para merecer esto? La respuesta es sencilla: No ser políticamente correcto, actitud muy castigada en estos días, le ha valido la excomunión instantánea en el mundo del espectáculo.
Su otro delito, por cierto, es no ceder a los artificios de la música comercial contemporánea. Esta escandalosa singularidad del dandy inglés posmoderno ha pagado un alto precio, pues las críticas mediocres han tratado de sepultarlo desde hace algunos años.
Pero “I Am Not a Dog on a Chain”, su más reciente álbum, alcanza un nivel de perfección intemporal semejante a “Viva Hate” (1988), su notable primera placa en solitario, o incluso de su obra maestra “Vauxhall And I” (1994). “Sólo las mediocridades progresan. Un artista evoluciona en un ciclo de obras maestras, la primera de las cuales no es menos perfecta que la última”, asegura Oscar Wilde, influencia suprema del ex vocalista de los Smiths.
Al ser un buen apóstol del autor irlandés (sobre el cual George Bernard Shaw escribió: “Fue sin comparación el mayor conversador de su tiempo, y quizás de todos los tiempos”), Morrissey practica la ironía y la provocación como pocos.
Nunca hace trampa, y no duda, una vez más, en alinear algunas “frases clave” que resultan confesiones en “I Am Not a Dog on a Chain”, canción que da título a su reciente producción: “No veo el interés para ser amable”, canta, en referencia a sus posiciones políticas a veces muy reaccionarias. O: “No leo los periódicos, son problemáticos”, en memoria de una muy mala experiencia con el semanario británico “New Musical Express”, que terminó con un juicio en la corte.
Convencido de ser vegetariano, con frecuencia señala con el dedo a las “carnes”, sin dudar en denunciar públicamente como aquí hace: “Tal vez la firma Canadá Goose me desollará con vida debido a mis opiniones”. A ésta empresa de ropa que usa pieles de coyote y plumas de pavorreal en sus productos la pone ahora en el banquillo de los acusados.
En otra canción, “Love Is on Its Way”, el artista se dice deprimido por el destino del mundo y, una vez más, escupe contra los poderosos que usan su posición, sus influencias y su dinero. La monarquía de su país (entre otros) está en primera línea: “¿Has visto a los ricos cazando, matando elefantes y leones?”.
Sin filtros
A sus 61 años, Steven Patrick Morrissey continúa una brillante carrera como cantante y compositor sin filtros. Su decimotercer álbum en solitario aparece como un concentrado de todas sus producciones anteriores. Aquí mezcla textos oscuros y melancólicos que reflejan, como siempre, la nostalgia de una sociedad perdida.
Tal vez por esta razón invitó a Thelma Houston (intérprete del hit de 1976 “Don't Leave Me This Way”) para una extraordinaria pieza a dos voces: “Bobby, Don’t You Think They Know”, donde un órgano y un saxofón refuerzan esta inmersión en un pasado con falsos pasos a la edad de oro.
Ciertamente hay manierismo en su forma de cantar, pero sobre todo un encanto extremadamente delicado, el de la grandilocuencia hecha pop. E incluso si surgen algunas referencias al escuchar: David Bowie, Queen (“My Hurling Days Done Done”), Lana Del Rey, Garbage (“Knockabout World”), se debe reconocer un toque único. Para cerrar, basta decir que Morrissey aún es uno de los artistas más importante del rock británico, incluso si hoy vive en Los Ángeles.