A estas alturas del Siglo XXI usar el discurso de la resignificación de los objetos de uso cotidiano, justo cuando el mingitorio de Duchamp cumple sus primeros cien años, resulta ya gastado como algo novedoso y transgresor.
La broma que el buen Duchamp inició con esa acción y con otras obras-provocaciones, tuvo una significación especial en el desarrollo de las vanguardias. Pero casi de inmediato la casi totalidad de eso que se llama arte conceptual no es más que la estéril repetición de ese planteamiento, un vil fusil.
Cosa curiosa: si por un lado la creatividad del arte contemporáneo sufre una anemia crónica desde hace décadas, reducido a sí mismo a un mero juego de formas, por el otro lado goza de una robusta salud en lo económico.
No se trata de un asunto de si este arte conceptual tiene un reducido o amplio número de aficionados; se trata del enorme y millonario negocio en que se ha convertido.
Ya en los primeros años del Siglo XX, José Clemente Orozco señalaba en su Autobiografía que los estudiantes de arte que asistían a la Academia comenzaron a darse cuenta de que la valoración de sus obras se trataba de una cuestión de colonialismo cultural y que el mercado del arte lo dictaban, en última instancia, los marchantes y los banqueros.
En los tiempos de entreguerras, en plena efervesencia de las vanguardias, en Europa la discusión era entre arte figurativo y arte abstracto. Y dentro del figurativismo, de ese arte que representa la realidad, había y hay distinciones.
Para amplios sectores de críticos que repudiaron al cubismo por su revolución radical, la pintura figurativa no debía ser necesariamente retrograda, también el academicismo debía hacer evolucionar el arte, sin por ello revolucionarlo. Esto propició caer en la trampa de un decorativismo de buen gusto burgués y, a la larga, en el realismo socialista, el arte monumental fascista y el publicitario norteamericano.
No debemos olvidar que justo en entreguerras floreció, junto con esas vanguardias, un nacionalismo extremo cuya representación oficial fue un realismo monumental al servicio de gobiernos de una u otra tendencia.
El proceso mediante el cual hoy en día una obra se cotiza en el mercado se determina de una forma que no tiene mucho que ver con sus valores estéticos o intelectuales, sino que se asemeja más a los manejos de corredores de bolsa, con la ventaja de que el arte no se deprecia ni devalúa de la misma forma que las monedas o los metales. Por eso los especuladores lo usan como una inversión segura.
Estamos hablando no de la obras que se venden a un nivel digamos artesanal, sino las que resultan premiadas en las grandes Bienales y se cotizan entre los grandes coleccionistas millonarios y entran a los museos con bombo y platillo.
El poder siempre ha necesitado del arte para validarse, así que el poder es el que determina que obra es arte y cuál no. En una sociedad, en un país, a veces compiten varios poderes en el mismo tiempo.
Por ejemplo, mientras en la capital de México se privilegiaba al arte de la Escuela Nacionalista (verbigracia Diego Rivera), en la norteña Monterrey los empresarios adquirían, por oposición y contrapeso, trabajos de pintores ajenos a esta corriente. Ese es el origen de, por ejemplo, la actual colección de Femsa.
En el fondo, lo que los empresarios de la capital del país y de la capital regiomontana buscaban era la entronización de su propia escala de valores, su propia legitimación.
Hoy la discusión es entre arte Contemporáneo y arte Tradicional, por más amplias y ambiguas que puedan resultar estas clasificaciones. Para los conceptuales, cualquier intento de realismo figurativo a través de estas técnicas, digamos tradicionales, es necesariamente retrograda… aunque al final, una y otra manifestación puedan y son convertidas en mercancías.Octavio Paz señaló en algún ensayo que Duchamp equivalía en la cultura occidental moderna a un viejo sabio chino, una especie de nuestro a Lao Tse, por su capacidad de reírse de todo; de la sociedad y de sus mecanismos. Pero no nos dejemos engañar: la élite del arte, la que dicta sus precios no se ríe: especula.