Cultura

[Semáforo] La colágena del español

Harold Bloom se coloca de modo distinto: su propuesta no es un canon cerrado sino la carta de navegación para que un lector pueda orientarse por la literatura occidental.

Harold Bloom comparte una virtud de muchos ensayistas de lengua inglesa: se puede estar en perfecto desacuerdo sin que aparezca la necesidad de mostrar que las discrepancias se deban a error ni a mala fe, por un lado y, por el otro, son disensos que ensanchan la conversación porque vuelven inteligentes las ideas que uno no comparte. Su libro El canon occidental (Anagrama) es muchas cosas: un ejemplo de lectura generosa, un digno esfuerzo de poner un pasamanos para escalar libros escarpados y recoger olvidos sin irse de bruces al vacío de las posmodernidades líquidas, confusas y asaltadas por los bandidos de la escuela del resentimiento. Pero también parece desdeñar la literatura de lengua española.

No es igual que aquel desprecio, deportivo y adrede, de sir Kenneth Clarke, el gran historiador del arte, autor distinguido y admirable escritor y anfitrión de Civilización, la serie televisiva que inició la era de la "épica cultural" (si se me permite la descripción), donde se hallan El ascenso del hombre (Jacob Bronowski), Cosmos (Carl Sagan), o Connections (Kenneth Burke), por ejemplo. Clarke lo dice sin dobleces: en su historia del pensamiento artístico no incluye a los españoles porque no son parte de la civilización. Reconoce que abundan los pintores prodigiosos, Velázquez, Goya, lo que se quiera: grandes artistas, pero no pertenecen al avance civilizatorio. Ni tiene dudas, ni le interesa discutir: ya dijo.

Bloom se coloca de modo distinto: su propuesta no es un canon cerrado sino la carta de navegación para que un lector pueda orientarse por la literatura occidental. Clarke sabe, clasifica, explica; su público tiene ojos y orejas, pero carece de boca; Bloom es lo contrario: cree (y algo de orden religioso lo impele a evangelizar) y provoca, como si pendiera de la respuesta de su lector. Sus listas, categorías, elecciones están abiertas y casi expectantes. Y es congruente con su hallazgo: busca la raíz de la grandeza en las obras de la literatura, y la respuesta, "en casi todos los casos, ha resultado ser una extrañeza... Esa capacidad de hacerte sentir extraño en tu propia casa".

El caso es que la lengua inglesa es el recurso común del mundo actual. Y la lengua española no parece advertir que enfrenta una contrariedad seria: por un lado, un cuerpo inmenso de hablantes, en cuatro continentes; por el otro, una pobre vitalidad pública, con recursos muy rudimentarios cuando se compara con otras lenguas occidentales: el francés, italiano, alemán, por ejemplo, han creado acervos de historia, literatura, filosofía, muy, muy superiores a los de nuestra lengua.

Bloom reconoce que su selección de obras en español ha sido más tentativa que asertiva. Ha leído menos porque no ha tenido conversaciones que lo guíen por nuestra lengua. Ortega y Gasset decía que el pecado de los españoles era la falta de curiosidad. No es que haya menos calidad; es que no hay conexiones. Digamos de otro modo: las células son sanas y normales, pero la colágena que las une es de muy baja calidad.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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