Cultura

Dentro del negro: una conversación sobre el mal y lo irreparable

Bichos y parientes

En ‘Crisis o Apocalipsis’, Javier Sicilia y Jacobo Dayán abordan el horror y la banalización de la violencia. Su diálogo atraviesa un infierno histórico y contemporáneo en busca de una sabiduría que resista el colapso moral.

Más abajo, más en la sombra, la negrura activa de Satán: “llamas no de luz, sino la oscuridad visible” (Paraíso Perdido, I, 63), como una nada agresivamente activa. El color que imaginó Milton para su infierno ahora es un producto industrial. Vantablack es una pintura negra que no refleja la luz: la “sustancia más oscura hecha por el hombre”.

Javier Sicilia y Jacobo Dayán se enfrascaron en la conversación de lo negro, el mal, el horror de los hechos y los actos, y el horror de banalizarlos, normalizarlos, hasta que carezcan de significación y de sentido (o casi, porque esa cosa extraña, el sentido, va con ellos en el recorrido, aunque se esconda). Transcribieron, editaron, corrigieron y quedó Crisis o Apocalipsis, El mal en nuestro tiempo (Taurus, 2025). Tiene un prólogo de Luis Xavier López-Farjeat, muy bueno, y aporta un dato terrible: “hace un siglo, la fuerza moral más importante en Occidente, para creyentes y no creyentes, era Jesucristo. En la actualidad, la figura más importante es Adolf Hitler”. Como advertencia, pero de mayor importancia.

Comenzamos a leer con Wiesel, con Semprún; se irán sumando Primo Levi, Paul Celan, Jean Améry, Nelly Sachs. La bienvenida con grandes espíritus, pero es el infierno. No hay duda alguna, ni modo de escaparse, ni ventana siquiera para asomarse: no hay afuera. Del campo de concentración al estado de cosas en México, donde cualquier persona, en un instante, sin razón alguna, se convierte en “una especie animal que puede ser utilizada para cualquier cosa”.

Los puntos que hilan el libro son muchos, terribles, y son responsabilidad de quien tenga cabeza y tripas para leer lo que nadie quiere saber: el horror y sus intrincados sinsentidos, allá en la historia y aquí, en un México desmembrado y sólo unido por redes criminales. Como lector, tiendo a concordar más con Dayán que con Sicilia en la lectura secular, y más con Sicilia en su sacralidad oscura (cuando Wiesel, Améry, ceden su lugar a Simone Weil, a Celan, a Bonhoeffer).

Jacobo Dayán es un hijo de la Ilustración, muy inteligente y dotado de una prudencia rara: logra mantener la conversación sensata cuando su interlocutor, lo sé muy bien, puede en segundos transformarse en un profeta indescifrable y enojado. Javier Sicilia es, aun cuando se rehúsa, un poeta y un hombre de fe: sabe cosas desde otro lugar que el discurrir. Y como todo profeta, tiene un mensaje urgente que entregar.

Nadie recibe. El mensaje sigue en sus manos. Es casi intransmisible: el recipiente ha de cambiar de espacio. Parece, en cosa de la calle, los días, los diarios, un peor apocalipsis que el de los estruendos, porque deja las cosas como están. Un final sin final. Detrás de la crueldad y la violencia y la destrucción: nada. Una nada cotidiana de conciencias que logran callarse para seguir en una sordera de supervivencia biológica.

Libro de Javier Sicilia y Jacobo Dayán
Portada de 'Crisis o Apocalipsis, El mal en nuestro tiempo'. (Taurus)

Sicilia lo ha dicho muchas veces. Reconozco que su apocaliptismo es de los muy escasos que todavía distinguen el volumen en los objetos pintados con Vantablack, es decir, traer a noticia formas de la sabiduría que la racionalidad moderna no sólo desprecia sino casi está obligada a desechar: la analogía, la contemplación, la oración (palabra que no aparece en el libro), porque no es conocimiento sino glosa de un universo que no se deja transformar en uso, herramienta ni, mucho menos, en sistema, dispositivo o políticas públicas. Ese mensaje, abundante en la obra de Sicilia, se deja atisbar con cierta claridad en este libro porque es una conversación, y porque Dayán no se sabe estar sin entender.

Recurren varias veces a varios ejemplos históricos que resumo a lo brusco: la modernidad es pródiga en instituciones benefactoras, pero su resultado es siempre bifronte. Erguir una virtud en instituciones es volverla abstracta y jurídica. Deja de ser virtud. Puede ser benefactora, pero se instala lo abstracto entre persona y persona y la institución transforma el vínculo en burocracia, reglamento, ley. Dayán y Sicilia saben que atribuir al Estado bondades de persona desemboca en el desprecio por lo humano y en el crimen más atroz: sustituir a la persona por formas burocráticas del poder. Peor: en México, los resultados de ese horror prescinden incluso de la institución, pero no de la carnicería.

Lea el libro bajo su propio riesgo. Pero sólo leyéndolo hasta el final se puede atisbar que, dentro del negro, en el hilo central, algo incandescente todavía es redimible, aunque ya no estemos a tiempo.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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