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  • Un grito de batalla une protestas contra los abusos de la migra en EU

De Los Ángeles a Washington D.C., migrantes, activistas, músicos y hasta el gobernador de California se unen contra Trump | Especial

De Los Ángeles a Washington D.C., migrantes, activistas, músicos y hasta el gobernador de California utilizan un clásico insulto mexicano para derretir el hielo del silencio.

DOMINGA.– Un clásico insulto mexicano se está convirtiendo en el grito de batalla de latinos y también de otros grupos étnicos de una costa a otra de Estados Unidos. El improperio ha derretido la sensibilidad del Servicio de Inmigración y Aduanas (cuyo acrónimo en inglés es ICE), tanto que agentes de este organismo optaron por “arrestar” una manta que contenía el agravio.

La consigna “Chinga la migra” les molesta a tal grado que, el 17 de agosto, esta institución publicó en su cuenta oficial de X un video en el que se alza contra la expresión en Mount Pleasant, un barrio de fuerte identidad latina en la capital del país.

El post advierte con severidad: “ICE se dedica a eliminar criminales de las ciudades estadounidenses, y D.C. no es una excepción”. Como se sabe, D.C. es el Distrito de Columbia, en el que se asienta la ciudad de Washington, capital que alberga a la Casa Blanca y el Congreso.

De Los Ángeles a Washington D.C., migrantes, activistas, músicos y hasta el gobernador de California utilizan un clásico insulto mexicano para derretir el hielo
La comunidad latina ha recibido el apoyo de diferentes grupos ante la creciente violencia institucional | Chinga tu migra

Para demostrar determinación, la publicación deja ver a ocho agentes realizando un despliegue táctico para capturar a un, suponemos, peligroso enemigo que proclama “Chinga la migra. Mount Pleasant [Monte Agradable] derrite el ICE [hielo]”. Todos están encapuchados y usan lentes oscuros, por si el criminal pudiera reconocerlos y tomar represalias en su contra.

Se aproximan con cuidado a la manta, valoran el desafío, sacan navajas, cortan los cordones y someten con éxito al delincuente: una manta pintada. La doblan y estrujan como castigo ejemplar. Nadie puede insultar a la migra y salirse con la suya.

Solo uno de ellos habla. “Esto es para América, baby, los Estados Unidos es número uno”, proclama en español quizá con cierto acento mexicano y agrega, redundante: “Lo estamos tomando otra vez de nuevo”.


Cuando retiran el rótulo, se observa que detrás de él escondía un temible objeto que no habían visto, el mismo que un editor mañoso ocultó difuminando la imagen y que los hombres prefirieron no tocar y mejor alejarse a tiempo.

Pero otras fotos revelaron qué fue lo que los asustó y quisieron ocultar: les habían dejado un dildo. Los agentes cayeron en una trampa del ingenio latino, causando bromas y burlas en redes sociales.


El grito que unifica causas

La consigna y sus diferentes variantes han visibilizado las críticas a los abusos del ICE. Algunos expresan que la política de Estados Unidos en la era de Donald Trump se fue a “la chingada”. Entró incluso a cadenas de troleo como esta del 19 y 20 de agosto, con la que demócratas de alto nivel respondieron a la decisión del secretario del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD) del gobierno federal, Scott Turner, de eliminar la versión en castellano de la página web de su dependencia:

“HUD sólo está en INGLÉS”, escribió al mostrar el antes y el después del portal institucional.


“Vete a la chingada”, declaró el gobernador de California, Gavin Newsom, al retuitearlo.


“Simón”, se sumó el senador de Arizona Rubén Gallego.


Es “la chinga” que, en sus diversas formas y acepciones, se va volviendo mainstream o de uso corriente en ese país, aunque algunos racistas que tratan de engañar –diciéndose, falsamente, “cazadores de racistas”– confundan “Chinga la migra” con “fucking niggers”, la expresión discriminatoria contra los afroamericanos para “negros jodidos”.


Es una manera de desacreditar esta expresión que se lleva ahora en camisetas en el pecho;


ocupa las paredes;


resucita al héroe de un siglo atrás;


inspira la rebeldía con tintes infantiles;


“mejora” la comunicación con la autoridad;

encabeza las manifestaciones;


y se multiplica en los estadios:


Incómoda, además, porque ya no sólo canaliza la ira latina, sino que también es utilizada para verbalizar causas que antes eran paralelas y que bajo el trumpismo se han encontrado y entrelazado, como la del apoyo al pueblo palestino y el rechazo al genocidio en Gaza.


Resistencia en plena “Tierra de la Libertad”

Para un periodista acostumbrado a viajar a países en conflicto en Medio Oriente o en América Latina, que hoy me toque cubrir Estados Unidos es una elocuente demostración de que todo lo sólido se desvanece en el aire.

Aquí, las garantías democráticas se convirtieron en un valor discrecional y las libertades, en una concesión que la autoridad otorga… si se le antoja. Hoy sus agentes pueden ocultar su rostro y no mostrar que los acredita como tales.


Asediado por el escándalo de la red pedófila de su amigo misteriosamente fallecido Jeffrey Epstein, de la que se sospecha pudo haberse beneficiado, el presidente Donald Trump arroja bombas de humo para distraer y cambiar la narrativa.

Una de ellas es anunciar abiertamente, sin simulaciones, su intención de intervenir en las ciudades “azules”, color con el que se identifica a los votantes demócratas, a diferencia de los republicanos, que usan el rojo. Lo que no dice el presidente pero deja ver es que en su lista de objetivos, hasta el momento, aparecen exclusivamente urbes gobernadas por afroamericanos: ya envió tropas a Los Ángeles y a Washington, D.C., y adelantó que la que sigue es Chicago, además de que tiene en la mira a Baltimore, en Maryland, y a Oakland, en California.

En Los Ángeles, el pretexto son los actos de resistencia popular frente a la acometida del ICE contra los barrios latinos, cuyos habitantes han respondido masivamente para rechazar las agresiones.

Como muestra este video, captado el 21 de junio en Bell –una ciudad en el condado angelino–, en donde los agentes de ICE ya no se muestran tan valientes como al capturar el letrero de Mount Pleasant o como cuando persiguen, derriban, golpean y esposan a sospechosos solitarios, sino que suben a sus camionetas y escapan ante la presión popular y el apremio de las bocinas que hacen sonar los bomberos para agigantar la voz de la gente.


Entre varias organizaciones que organizan la resistencia destaca Unión del Barrio, cuyos activistas, identificados con playeras verde oscuro, participan en demostraciones en las que se van sumando causas.

Por ejemplo, ese mismo día 21, ante la inminencia de que el presidente Trump aceptara el juego del primer ministro israelí Netanyahu de bombardear Irán, la causa en contra de ese ataque fue aprovechada en una marcha en la que también se denunciaba el genocidio en Gaza y la persecución de ICE.

En esa manifestación sólo dirigieron mensajes mujeres jóvenes de varias minorías étnicas en aquel país: mexicanas, palestinas, iraníes, africanas, coreanas, judías antisionistas y gente de la comunidad LGBT+.

“Estamos viendo la resistencia ahora, de la gente de Gaza que resiste y pelea por su vida, a nosotros aquí, en nuestro hogar histórico, nuestra tierra indígena”, explica Ron Góchez, de Unión del Barrio. “También estamos peleando por nuestras vidas, ya sea frente a la policía o la guardia nacional”.

Trump une causas… contra él

Como las ofensivas del presidente atacan simultáneamente a múltiples sectores demográficos, lo que están provocando es que estos se busquen, encuentren y brinden apoyo mutuo.

“Lo que estamos viendo es algo que nunca habíamos visto en Los Ángeles, donde cada quien andaba con sus causas por separado”, dice Mayra Flores, integrante de una comunidad evangélica de Huntington Park, durante una caminata interreligiosa “por nuestros vecinos migrantes” que unió a personas musulmanas, judías, sikhs y de varias denominaciones cristianas.

Van en la ruta de la Placita Olvera, del centro de la ciudad californiana, al Federal Building, donde encierran a algunos de los infortunados que secuestró el ICE.

“Si no nos unimos, Trump nos agarra, tenemos que juntarnos”, razona Flores. “¡Lo bueno es que tenemos muchas, muchas ganas de unirnos y juntarnos!”, concluye mientras dos mujeres que comparten el micrófono, una de religión sikh –nacida en India– y una judía, confrontan directamente a los agentes que guardan el edificio.

Los cuestionan respecto de si cuando se hable en el futuro sobre los sucesos de estos días, se sentirán satisfechos por haberse pasado al bando de la justicia y la libertad o aceptarán haber permanecido en el de la injusticia y la violencia.

Y en esta comunión, la frase “Chinga la migra” pasa como un obsequio latinoamericano –más precisamente, mexicano– a una confluencia multiétnica de reivindicaciones y esperanzas.


La rebelión de los chingados

Por supuesto, “‘Chinga la migra’ es más pegajoso que ‘abolir el ICE’”, sostiene un usuario en la red sociodigital X.


Esta popularidad se debe, en gran medida, a Donald Trump, pues desde su primer periodo presidencial, de enero de 2017 a enero de 2021, quedó enmarcado en una retórica confrontacional y de políticas antipopulares que ahora relanza hasta nuevos niveles de violencia.

En este contexto de hostilidad política, agresividad verbal y confrontaciones físicas, la palabra "chingar", con sus variantes, emergió como una herramienta de resistencia multifacética.

El uso de este vocablo trasciende la mera grosería para convertirse en un acto estratégico de disidencia. Al ser una palabra tan profundamente arraigada en la cultura mexicana y méxico-estadounidense, funciona como una forma de agencia lingüística que utiliza el poder inherente de la palabra para confrontar y redefinir las relaciones de poder.

Es un mecanismo para pasar de ser el “chingado” (el vejado, el reprimido) a confrontar al “chingón” (el opresor). La palabra, con su vasta carga histórica y emocional, se transformó de un símbolo de victimización a un arma de empoderamiento.

El campo semántico del verbo “chingar” en el español mexicano es extraordinariamente vasto y contradictorio. Abarca desde la altanería de un “me lo chingué” para referirse a la victoria sobre otro; la molestia si decimos “¡cómo chingas!”, el reconocimiento del fracaso con el “me chingaron”, o la frustración de un “¡me lleva la chingada!”.

Esta multiplicidad de usos demuestra que la palabra no es un simple insulto, sino una visión del mundo que refleja una dualidad: ejercer o sufrir violencia. La palabra encapsula una historia de agresión, dolor y resignación que es intrínseca a la experiencia cultural mexicana.

En el corazón de la palabra yace una dicotomía fundamental: la oposición entre el “chingón” (el que domina, el que triunfa) y el “chingado” (el que es dominado, el que sufre).

De Los Ángeles a Washington D.C., migrantes, activistas, músicos y hasta el gobernador de California utilizan un clásico insulto mexicano para derretir el hielo
Con la llegada de Trump al poder, migración intensificó las redadas | Especial

En el contexto de la protesta contra la administración Trump, esta dicotomía se convirtió en una poderosa herramienta.

El grito “¡Chinga!” invierte la dinámica de poder. Es una declaración de que el “chingado” como el migrante, el activista, ya no acepta su posición de sumisión. En lugar de ser un simple acto de violencia verbal, se transforma en un acto de “justicia popular”.

Es un “chingadazo” simbólico dirigido al poder, una confrontación directa que busca reparar el agravio sentido por los dominados. Este uso estratégico transforma una palabra de opresión en un arma de empoderamiento.

La frase se convirtió en la bandera de campañas organizadas por colectivos como Mijente, que realizó una campaña de organización por el país llamada “Chinga la migra tour” (sitio web aquí; los videos están aquí).


Las demandas detrás del eslogan son claras y multifacéticas: entre otras, denunciar la militarización fronteriza, la separación de familias, la violencia generalizada, la criminalización de la migración y el encarcelamiento indefinido.

En suma: el grito “Chinga” no es un simple insulto, sino una forma de condensar y comunicar una agenda política que aboga por la justicia y la dignidad de los inmigrantes.

El uso presidencial del insulto

Naturalmente, el eslogan pasó de las calles a las redes. Fue adoptado por el colectivo de hacktivistas LulzSec, que lo utilizó como título para una campaña de “data dumping” que consistió en la filtración de información personal (nombres, teléfonos, direcciones, contraseñas) de funcionarios de Arizona, junto con material operativo como boletines de inteligencia y manuales de formación.

Este acto, según los hacktivistas, era un “llamado a la acción política” y un medio para “exponer las estructuras y rutas que se han creado para criminalizar la migración”. Al utilizar “Chinga la migra”, articularon la protesta y demostraron que el “chingadazo” puede ser tanto físico como virtual.

Después, en julio de 2024, el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador llevó la chinga al nivel de las relaciones internacionales cuando, en una carta dirigida a Trump, incluyó una posdata humorística y sugestiva: “Aún no me mande a ‘La Chingada’”, nombre del rancho en el que el exmandatario ha transcurrido sus días de retiro.

En esa ocasión López Obrador le recordaba al estadounidense la profunda integración económica entre ambos países. Señalaba que cerrar la frontera, como había amenazado el de nuevo candidato Trump, sería “convocar a una rebelión en ambos lados de la frontera” y que la única forma de que América del Norte compita con China sería a través de una mayor integración.

De esta forma, el mexicano quería capitalizar la familiaridad y el arraigo cultural de la palabra para proyectar una imagen de líder directo que reconoce la disparidad pero no se amilana. Propinó, a su manera, un “chingadazo” presidencial.

“Ellos fascistas, nosotros artistas”

Naturalmente, la chinga en toda su variedad morfológica es parte vital de la cultura popular, incluida “Chinga la migra”, que ha inspirado canciones en diversos géneros como la cumbia, con Zada, elpop, con Lincka , el rap, con Pak Joko, y hasta una versión especial de la clásica de Los Pedernales “La del moño colorado”, además de artes plásticas, stickers, pósters y otros artículos de protesta, a menudo con un diseño floral y “chicano”.


La frase recorre toda la geografía de Estados Unidos, del Pacífico al Atlántico, particularmente en agosto en el que Donald Trump, en medio del escándalo de la red pedófila de Jeffrey Epstein que lo confrontó ante una parte de sus seguidores, utilizó un caso insulso –el robo callejero sufrido por un empleado de su gobierno– para declarar que el crimen se apoderó de la capital del país.

No importó que las estadísticas indiquen una caída histórica del 35 por ciento en los delitos. El presidente ordenó la toma de control de la policía local y el despliegue en la ciudad de 2 mil 100 guardias nacionales, a un costo de un millón de dólares por día, y casi un millar de miembros de varios cuerpos federales como el FBI y la DEA, además del ICE.

A todas luces fue una decisión apresurada. Y ello se refleja en que la mayor parte de esos agentes y soldados sólo pasean en las calles, por el metro, conversan entre ellos sin prestar mucha atención a las amenazas imaginarias que cita el presidente.

A falta de un plan de acción, aceptan las solicitudes de los turistas para tomarse selfies con ellos.

En este video, en el que residentes protestan en el transporte subterráneo, un periodista señala primero que los policías vagan sin una razón evidente (“si hay una directriz para subir y bajar las escaleras eléctricas, están haciendo muy buen trabajo aquí en Washington DC”), y después, al averiguar el motivo del arresto de una persona, se sorprende: no había pagado su boleto. “¿Por qué está el FBI aquí, por evasión de tarifa?”, le pregunta a un oficial que no logra darle una respuesta directa.


Pero algunos grupos sí reciben órdenes de realizar acciones, tal vez para demostrar que esta enorme operación no es banal y tiene algún propósito concreto. Por ejemplo, apoyar operativos del ICE o montar puntos de control vehicular para detectar delicadas violaciones a la ley, tales como reportes de robo, espejos faltantes o pasajeros que no se colocaron el cinturón de seguridad.

Los primeros reportes indican que, en las primeras dos semanas desde que inició la intervención, se registraron alrededor de 450 detenciones, la mayoría de residentes morenos y negros.

Inmediatamente, los vecinos se reúnen para hacerles saber a los agentes recién llegados que no son bienvenidos y exigirles que se marchen de la ciudad.

En la zona latina de Columbia Heights, por ejemplo, al descubrir a agentes del ICE, el barrio se ocupó de expresar su sentir con claridad.


De esta forma los washingtonianos también devolvieron al día siguiente el golpe que los ocho enmascarados del ICE dieron al secuestrar la “manta rebelde” en Mount Pleasant.

Tempranito en el mismo lugar, el 18 de agosto, colocaron otros vistosos letreros, de esos que suelen herir la delicada piel de la agencia migratoria, en un nuevo gesto de resiliencia:

“Ellos son fascistas”, reza el nuevo mensaje. “Nosotros somos artistas”.

Y por si no quedara claro: “Nosotros derretimos el ICE”, el hielo.


JRH/LHM 


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Témoris Grecko
  • Témoris Grecko
  • Periodista, documentalista y analista político que ha cubierto conflictos sociales y armados en 95 países y territorios, publicado siete libros y escrito cinco documentales.
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