A Renata Méndez, de Tepalcingo, Tlaxcala, le dijeron por primera vez que tenía leucemia linfoblástica aguda cuando tenía apenas 10 años. A Kendra Nahomy Luna, originaria de Poza Rica, Veracruz, la enfermedad le arrebató la infancia en diciembre de 2023, a los nueve. Ambas pelean hoy, desde la Ciudad de México, por su vida. Lo hacen con tratamientos que alteran su cuerpo, les roban el cabello, la fuerza, los juegos, la escuela, y a veces, la esperanza. Pero también con una tenacidad dolorosa que madura a las niñas demasiado pronto.
Renata tiene 17 años. Hace siete, en noviembre de 2018, empezó a sentirse mal. El vómito se volvió incesante. Sufría de dolor intenso de huesos y de fatiga crónica. Su piel se tornaba cada vez más amarilla y aparecían moretones inexplicables que creían como sombras en sus brazos.
“Nos dijeron que era reflujo”, recordó Verónica Sosa, madrastra y cuidadora de la adolescente. Tardaron un mes en descubrir que tenía leucemia. Para entonces, su cuerpo ya sufría.
En 2018, en un centro de salud cercano a su comunidad de Tepalcingo, Tlaxcala, se le informó que su infancia la pasaría entre agujas y hospitales.
El plan era claro: pasar tres años de quimioterapia y cinco años adicionales de vigilancia. Renata cumplió con cada fase. Resistió más de 150 semanas de quimioterapia, hasta tres dosis por día. Pero la enfermedad regresó. Una, dos veces. La última vez, su cuerpo dejó de responder a los medicamentos y a los tratamientos cada vez más agresivos.
Fue entonces que la mandaron a cuidados paliativos, a “esperar lo peor”, recordó Verónica, quien decidió solicitar una nueva opinión en el Hospital Infantil de México Federico Gómez, de la Ciudad de México, donde le dieron una nueva esperanza de vida a través de efectuarle un trasplante de médula ósea.
Renata recibió el trasplante el 25 de febrero de 2025, tras más de un año de preparación. El donador fue su padre. Hoy, lucha por mantener el injerto en su cuerpo. Ya enfrentó una hospitalización de 20 días por una infección postoperatoria. Su sistema inmune aún es frágil.

Con ese cuadro clínico llegó también el encierro, el aislamiento, los miedos y la ansiedad. Renata, de 17 años, permanece recluida en un pequeño cuarto. “No puede salir al jardín. No puede ver a sus pocos amigos. No puede estudiar”, explicó Verónica.
Con el encierro y las prolongadas hospitalizaciones también se le han presentado crisis depresivas. “Ya no quiero nada. Sáqueme de aquí”, le suplica a Verónica, quien ha dejado todo para acompañarla en el proceso.
Tiene nostalgia por regresar a su casa y a su comunidad. Pero no puede porque aparece la fiebre, las náuseas la aniquilan y debe extremar los cuidados para evitar que el trasplante de médula ósea sea un éxito.
En ocasiones, Renata piensa que ya nada tiene que perder. Con su infancia también se fue su cabello y su cuerpo atlético, porque era maratonista, corría en cuanta carrera se organizaba.
“La veo, y es una personita muy linda, muy madura. Ha sufrido bullying por no tener cabello. Ha sentido el dolor de huesos que no la dejan caminar. Ha llorado porque la vida no le da tregua. Pero ella sigue”, comentó Verónica.
La adolescente terminó la secundaria en línea “como Dios nos dio a entender”, y sueña con estudiar ecoturismo, con tener una casita en el campo, lejos de hospitales y agujas. “Hoy sabe que la vida no la tiene garantizada”.
Kendra, una niña sin vértebras sanas, pero con corazón de chef
A más de 300 kilómetros de distancia, en la ciudad de Poza Rica, Veracruz, una historia similar se escribía con otros trazos: la de Kendra Nahomy Luna, de solo 10 años.
El dolor en la espalda fue el primer aviso. Uno que fue ignorado hasta que se volvió insoportable y Kendra dejó de caminar.
Fue diagnosticada en marzo de 2024, luego de varios meses de dolor en la espalda que derivó en fracturas vertebrales. Dejó de caminar durante casi cuatro meses. También fue diagnosticada con leucemia linfoblástica aguda tipo B. A diferencia de Renata, su caso fue considerado de bajo riesgo.
Cuando llegó el diagnóstico, el daño ya estaba hecho: la enfermedad le fracturó varias vértebras de manera espontánea, volviendo su columna porosa.
“Pasamos por traumatólogos, reumatólogos, nadie sabía qué tenía”, relató su madre, Crissel Amid Cerón. Solo en la Ciudad de México, en el Hospital Infantil de México Federico Gómez, obtuvieron respuestas.
El camino no ha sido fácil. Kendra tenía las costillas rotas, por lo que estuvo meses sin poder moverse y estar atada a un corsé para sostener su espalda. La quimioterapia —aunque efectiva— también ha cobrado su precio: osteoporosis incipiente, náuseas, fiebre, debilidad. Sin embargo, su cuerpo ha respondido. Poco a poco volvió a caminar, a jugar, a sentirse niña otra vez.
¿Qué es laleucemia linfoblástica?
La leucemia es el cáncer de los tejidos que forman la sangre en el organismo, incluso la médula ósea y el sistema linfático. Existen muchos tipos de leucemia y son más frecuentes en niños.De acuerdo con la American Cancer Society, laleucemia linfoblástica aguda comienza en la médula ósea (la parte blanda del interior de ciertos huesos en donde se forman las nuevas células de la sangre). Invade la sangre muy rápidamente y, a veces, estas células también se pueden propagar a otras partes del cuerpo, como a los ganglios linfáticos, el hígado, el bazo, el sistema nervioso central, como el cerebro.
A veces se entristece, sobre todo por la pérdida del cabello. “Sentí feo cuando se me cayó”, admite. Pero ha encontrado fuerza en los pequeños detalles: “Ahora me gusta porque hace calor y me siento fresca”. Y también ha encontrado refugio en la cocina: “Quiero ser chef. Hacer comida me hace feliz, siento amor”, dice con una sonrisa tímida.
Kendra asiste ahora a la escuela dentro de la Casa de la Amistad, en la Ciudad de México. Allí cursa el quinto grado, va a terapias, juega con otros niños como ella y recibe la quimioterapia semanal que mantiene a raya a la enfermedad. Su madre, separada de sus otros hijos, lucha por mantener unida a la familia.
Kendra ya pasó la semana 36 de un protocolo de 120 semanas de tratamiento. Recibe quimioterapia semanal y múltiples citas de control con especialidades como traumatología, genética y rehabilitación.
La menor volvió a caminar. En Casa de la Amistad –la institución que la acoge durante su estancia en la capital–juega con otros niños en tratamiento. “Aquí hay días difíciles”, dice Crissel. “Pero también hay días de alegría, de juego, de resistencia”.
“Antes de enfermarme era una niña feliz. Empecé a madurar, a volverme más fuerte”, recordó Kendra.
Sufrió por la pérdida del cabello, pero aprendió a verle el lado bueno: “Hace calor y así me siento fresca”.
En la actualidad sueña con convertirse en chef. “Hacer comida me hace feliz, siento amor”, comentó la menor de sonrisa tímida.
Y manda un mensaje a otros niños que, como ella, ha estado días completos entre agujas y hospitales. “Sean fuertes. Pronto va a llegar el día en que toquemos la campana que dice que vencimos el cáncer”, apuntó. Esa campana es simbólica y se toca cuando un niño finaliza su tratamiento y queda libre de la enfermedad.
Niños con cáncer encuentran refugio en Casa de la Amistad
Ambas familias han encontrado en Casa de la Amistad un soporte invaluable. Esta organización sin fines de lucro ha acompañado a más de 13 mil niños y adolescentes con cáncer en México desde 1990. Proporciona hospedaje, alimentación, transporte, apoyo emocional, educativo y terapias complementarias para pacientes y tutores que vienen de distintos estados del país, explicó Mónica Peimbert Díaz, directora operativa de La Casa de la Amistad.
El caso de Kendra es claro ejemplo: su familia gasta alrededor de mil pesos en cada traslado de Poza Rica a la Ciudad de México. Casa de la Amistad cubre esos viajes cuando son necesarios, les da un lugar donde dormir, comer y continuar con su tratamiento. Renata, por su parte, vive ahí desde hace meses, en espera de que su cuerpo acepte el trasplante y de poder volver a su hogar.
Además del soporte logístico, Casa de la Amistad también les brinda contención emocional. Ambas niñas reciben atención psicológica. Es fundamental: el desgaste de estas batallas es inmenso. “No sabemos si nuestros hijos van a amanecer o no”, explicó Verónica, la madrastra de Renata. “Vivimos al día, con la angustia y la esperanza de que lo peor ya pasó”.
Para la Casa de la Amistad la detección oportuna aumenta las probabilidades de sobrevida de los menores, lamentablemente, detalló Peimbert Díaz, los diagnósticos son tardíos en México y los tratamientos costosos.
“Cada tratamiento integral por niño nos cuesta 150 mil pesos en promedio; ahora también apoyamos a jóvenes de 18 a 21 años. Estos tratamientos cuestan por arriba de 300 mil pesos”, acotó.
Para poder ingresar a la Casa de la Amistad y obtener sus beneficios de techo, comida, apoyo económico en pasajes, educación a distancia, atención terapéutica, incluso acceder al área donde les enseñan de manera lúdica todo el proceso de quimioterapias, el menor debe ser referido por un hospital del sector público, de alguno de los ocho que están dentro de la República Mexicana y dentro de la Ciudad de México, entre estos, el Instituto Nacional de Pediatría, el Hospital General, el Hospital Juárez, el Hospital Infantil de México, asó como de Cancerología y Nutrición.
“Podemos cubrir la estancia durante todo el tratamiento que requiere el niño. Los promedios de estancia que estamos manejando son hasta de 11 días. Aquí el niño se puede hospedar, tienen habitaciones con baños privados, tenemos 47 habitaciones disponibles y además les damos un paquete de ropa de cama, un paquete de despensa cuando ellos se van a su casa, un paquete de ropa cuando llegan, porque en algunas ocasiones lo requieren para poder hospedarse por estos periodos tan largos.
“Y además también les damos alimentación, les damos tres alimentos, los apoyamos con dietas especiales cuando así lo requiere el niño. Los apoyos se otorgan a menores de Oaxaca, de Guerrero, del Estado de México, son lo de mayor incidencia”.

Los niños pueden cursar preescolar, primaria y secundaria con validez oficial, incluso prepararse en educación media y superior. Hay ludoteca terapéutica, espacios que simulan la dinámica del hogar, de un hospital. Se trabaja con sus miedos y dudas, se les otorga herramientas para que enfrenten la enfermedad. Incluso se les otorga las terapias que requieran en caso de no obtenerla de inmediato en el hospital.
El apoyo es esencial, ya que en estos 35 años operando cuentan, por lo menos, con un registro de 138 jóvenes que ya tienen un proyecto de vida. “Tenemos médicos, tenemos sacerdotes, tenemos maestros y todos ellos tienen un agradecimiento muy profundo”, señaló.
LP